lunes, 14 de marzo de 2011

La marca
















Ahora la marca, ¿verdad? —dijo Anne-Marie a Sir Stephen.

Él movió afirmativamente la cabeza y sujetó por la cintura a O, que se tambaleaba. Ahora no llevaba el corselete negro, pero éste la había comprimido tan bien que parecía que iba a romperse, de tan esbelta. Las caderas parecían más redondeadas y lo senos más abultados. En la sala de música, a la que, siguiendo a Anne-Marie y a Yvonne, Sir Stephen llevó a O casi en volandas, estaban Claire y Colette, sentadas en el estrado. Al verles entrar, se levan­taron. Sobre el estrado, había un gran hornillo re­dondo con una boca. Anne-Marie sacó las correas del armario y mandó atar fuertemente a O por la cintura y las corvas, con el vientre aplastado contra una de las columnas. Le ataron también las manos y los pies. Aturdida por el miedo, sintió que la mano de Anne-Marie señalaba el lugar de sus nalgas don­de tenían que aplicarle el hierro, oyó el silbido de una llama y, en silencio absoluto, una ventana que se cerraba. Hubiera podido volver la cabeza y mirar. No tenía fuerzas. Un dolor insoportable la traspasó, lanzándola contra las ligaduras, rígida y chillando, y nunca supo quién le había hundido en la carne de las nalgas los dos hierros candentes a la vez, qué voz fue la que, lentamente, contó hasta cinco, ni quién dio la señal para que se los retiraran. Cuando la desataron, cayó en los brazos de Anne-Marie y, antes de que todo acabara de dar vueltas a su alre­dedor y se oscureciera, antes de perder el conoci­miento, aún tuvo tiempo de entrever, entre dos oleadas de noche, el rostro lívido de Sir Stephen.




"Historia de O" de Pauline Réage

















26 acuarelas realizadas por Leonor Fini, 1968 para ilustrar "Histoire d'O" de Pauline Réage
Música: 'Visions Fugitives' de Prokofiev





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