sábado, 31 de enero de 2009

57 / LVII















Soneto 57 (Sonetos)

Siendo vuestro esclavo ¿qué puedo hacer
sino esperar la hora e instante de vuestro deseo?.
No tengo tiempo precioso que emplear,
ni deberes que cumplir, hasta que me aviséis.
Ni me atrevo a impacientarme ante la eternidad de las horas,
soberano mío, mientras contemplo el reloj aguardándoos;
ni pienso en la amargura cruel de la ausencia,
cuando habéis dicho adiós a vuestro servidor.
Ni oso interrogar a mis pensamientos celosos
dónde podéis hallaros o dónde os llaman vuestros asuntos;
sino que, a manera de un triste esclavo, espero y no pienso en nada,
a no ser en cómo hacéis felices a aquellos a cuyo lado estáis.
El amor es un loco tan leal, que en todo cuanto hagáis,
sea lo que fuere, no halla mal alguno.







Los sonetos de Shakespeare están envueltos de enigmas: se ha discutido la paternidad del conjunto, cuya publicación ciertamente no autorizó el bardo de Stratford-upon-Avon. Las fechas de composición son igualmente inciertas, aunque muchos coinciden en que se trata de obras tempranas. La edición de 1609 contenía una dedicatoria cuyo sentido es por lo menos polivalente. Las identidades de los personajes, por llamarlos de algún modo, son igualmente controvertidas: ¿quién fue el joven enaltecido que justifica el conjunto de los llamados «Fair Youth Sonnets»? ¿Quién fue la mujer que suscitó la pasión que se describe en los sonetos llamados «Dark Lady Sonnets»? ¿Quién fue el competidor que parece haber desplazado al poeta (¿Shakespeare?) de las preferencias de su mecenas («Rival Poet Sonnets»)? ¿Y era el mecenas el mismo joven enaltecido? ¿En qué orden deben leerse los sonetos? ...






Sonnet LVII (sonnets)

Being your slave what should I do but tend,
Upon the hours, and times of your desire?
I have no precious time at all to spend;
Nor services to do, till you require.
Nor dare I chide the world-without-end hour,
Whilst I, my sovereign, watch the clock for you,
Nor think the bitterness of absence sour,
When you have bid your servant once adieu;
Nor dare I question with my jealous thought
Where you may be, or your affairs suppose,
But, like a sad slave, stay and think of nought
Save, where you are, how happy you make those.
So true a fool is love, that in your will,
Though you do anything, he thinks no ill.






viernes, 30 de enero de 2009

esclava XII












Hiram Powers (1805-1873)


Escultor norteamericano de estilo neoclásico. Nació el 29 de junio de 1805 en Woodstock, estado de Vermont, en el noreste de Estados Unidos. Gracias a su habilidad para confeccionar modelos para un museo de cera, consiguió numerosos encargos para realizar bustos. En el año 1837 se instala en Florencia, donde vivió el resto de su vida. En 1843 finalizó su escultura “The Greek slave”, figura en mármol de una mujer desnuda encadenada a una columna que se exhibió en la Gran Exposición de Londres de 1851 convirtiéndose en una de las estatuas más célebres de su época de la que se hicieron numerosas réplicas.





















































Figura-ción








































































































óleos sobre tela








jueves, 29 de enero de 2009

dos mujeres












(...)

¿Cómo ha impuesto la verdad en mí? Estaba yo a punto de despegar de la prisión de mis imaginaciones, pero él me lleva a su habitación y vivimos un sueño, no una realidad. Me coloca donde quiere colocarme. Incienso. Adoración. Ilusión. Y el resto de su vida queda borrado. Surge con un alma nueva. Es la poción de los sueños de los cuentos de hadas. Las entrañas me arden y él apenas si lo advierte. Nuestros gestos son humanos pero hay un hechizo en la habitación. Es el rostro de June. Recuerdo, con gran dolor, una nota de él: «El momento más desenfrenado de toda la vida: June, de rodillas en la calle.» ¿Estoy celosa de Henry o de June?

Me pide que nos volvamos a ver. Cuando espero sentada en el sillón de su habitación, se arrodilla para besarme, es más extraño que todos mis pensamientos. Con su experiencia me domina. También domina con su mente, silenciándome a mí. Me susurra lo que ha de hacer mi cuerpo. Obedezco y nacen en mí nuevos instintos. Se ha apoderado de mí. Un hombre tan humano; y yo, de repente, descaradamente natural. Me maravilla estar allí, en su cama de hierro, con mi ropa interior negra rendida y pisoteada. Y mi impenetrable secreto desvelado por un hombre que se llama a sí mismo «el último hombre de la tierra».













Para nosotros, escribir no es un arte, sino como respirar. Después de nuestro primer encuentro respiré unas notas, acentos de agradecimiento, admisiones humanas. Henry estaba aún aturdido y yo exhalaba una irreprimible alegría. Pero la segunda vez no hubo palabras. Mi alegría era impalpable y aterradora. Crecía dentro de mí mientras andaba por las calles.
Transpira, resplandece. No puedo ocultarla. Soy una mujer. Un hombre me ha sometido. Qué alegría cuando una mujer encuentra a un hombre al que puede someterse, la alegría de la femineidad que se expande en unos fuertes brazos. Henry y June





"Siempre hubo en mí, al menos, dos mujeres una mujer desesperada y perpleja que siente que se está ahogando y otra que salta a la acción, como si fuera un escenario, disimulando sus verdaderas emociones porque ellas son la debilidad, la impotencia, la desesperación y presenta al mundo sólo una sonrisa, ímpetu, curiosidad, entusiasmo, interés". Anais Nin












Henry y June (1990) dirigida por Philip Kaufman. Reconstrucción de las apasionadas relaciones entre el novelista Henry Miller y la escritora Anaïs Nin, a partir del diario publicado de Anaïs que lleva el mismo nombre. Interpretados por Ferd Ward y María de Medeiros, respectivamente.





miércoles, 28 de enero de 2009

Laudo XI











Y un día alguien cree en ti y todo parece posible




*Fotografía: a’ANTIst




kimono I





























































*Fotografías: Deviantart (Eron Thompson)




martes, 27 de enero de 2009

Poder












(...)


En Buenos Aires, quien nace sabe:
a) Si tiene dinero, puede comprar sacerdotes, abogados y comisarios, sin contar el cielo y el infierno.
b) Si no tiene dinero, es carne de calabozo.

Buenos Aires no enseña, no da lecciones a nadie. Anoche vinieron unos caballeros. Hubo licores, café y cigarros. De esos caballeros, son pocos los que me aprecian. Pero vienen a verme: soy uno de ellos. ¿Cómo van a excluirme de lo que ellos son? Caballeros patriotas, dueños del país, y también estancieros, exportadores, abonados al Colón, que convinieron que yo, Saúl Bedoya, soy un hijo de perra, pero que soy alguien del cual no se puede prescindir en el instante en que las malditas cuentas no cierran. Y el maldito instante es este. Y el instante es tan maldito que los empujó a la puerta de Saúl Bedoya. A golpear mi puerta. A nadie tengo envidia Es muy triste el envidiar Cuando veas a otro ganar A estorbarlo no te metás: Cada lechón en su teta Es el modo de mamar En verdad, el señor José Hernández, con la voz inefable de la poesía, fijó, para nosotros, un destino paradisíaco: mamar de la teta de la República.

Cuando estoy con los hombres de mi clase emito, inesperadamente –siempre inesperadamente- y con discreción, citas de Séneca, San Agustín, Platón, Voltaire, Maquiavelo. Los hombres de mi clase me miran con respeto, y cierran sus bocas; algunos quedan embobados. Las citas vuelcan un entredicho, una discusión hacia donde se me antoje; confunden a mis amables antagonistas. Las citas son mías: las pienso un rato antes del coñac y de los habanos. Y se las atribuyo a personajes inapelables.

Estos caballeros vinieron a pedirme una contribución para los fondos electorales de quien se dice que será el futuro presidente de la república, uno de los oficiales más jóvenes del ejército. Y más cultos. Sonreí a los caballeros y contribuí con una suma que los sorprendió y halagó. Confío en que mi candidato se entere de quienes le ayudaron a comprar los peldaños que llevan al poder. Exactamente: ¿qué es ser bueno? ¿Pagarle un sueldo decente a mis peones? ¿donar una suma razonable para el cuidado de los huérfanos? ¿Socorrer a una anciana caída en la calle? Si eso es ser bueno, yo soy rico. No se trata de un acto de voluntad. Ni siquiera de una vocación. Patrón se nace. Se nace rico o no, patrón o no. Es común que alguien no sea patrón y sea culto. Que alguien sea patrón y no sea culto es un malentendido abominable. Si yo fuera mi padre no pensaría como pienso. Yo no hago un culto del legado criollo de mi padre. No vivo bajo un techo de paja y entre paredes de adobe. No eché panza. No uso rastra de plata sobre la panza que no eché. No me deslumbra el parco coraje con el que se desenvaina una daga. ¿Qué es el coraje? ¿Tener miedo y ocultarlo? ¿Una institución? ¿Un legado? ¿La letra de un rezo? ¿La patria de la inocencia? No estuve en la defensa de Montevideo, con el general Paz. Ni estuve en las tomas de las trincheras paraguayas. Ni combatí a los montoneros. Ni, siquiera, maté indios con un Remington, In God we trust.

Sólo maté a un hombre que tiró una daga sobre mi escritorio, y me invitó a que la empuñase. Y a que jugara mi vida y la suya al filo providencial de los cuchillos. Yo maté a ese hombre, un hombre tan antiguo y condenado como la carne de cañón. Y lo maté, sentado en un cómodo sillón, metiéndole tres balazos en el cuerpo, que le disparé con mi hermoso revólver. Encendí un cigarro, escuché la lluvia en la noche desierta, y pensé en la eficacia de las modernas armas norteamericanas. El hombre que maté nunca existió. Sé como se hace para que un hombre desaparezca y nunca haya existido para nadie.

Soy juez. Soy, además, Saúl Bedoya.












Lucrecia, una mujer de origen bastardo y dispuesta a todo, quiere ser patrona. Pero ella, que no vaciló en hacer matar a su padrastro para ocupar su lugar y quedarse con sus escasos bienes, es sólo una sierva.


Su amo es el juez Saúl Bedoya, notable figura de la naciente burguesía argentina, que decidió soslayar la culpabilidad de Lucrecia, fascinado por su belleza y su temperamento salvajes. Sometida a todos los caprichos y perversidades de su dueño, Lucrecia no hace más que aplicarse a ellos como una forma desviada del aprendizaje de los ritos del poder.


Desde la perspectiva excéntrica de una mujer obsesionada por el mando y la riqueza, el relato ilumina los dobleces de una clase encandilada por su propia opulencia.


Recorrida por un erotismo negro y electrizante, escrita con una prosa seca y contundente.






La Sierva de Andrés Rivera (Editorial Alfaguara)





*Fotografía: China Hamilton

lunes, 26 de enero de 2009

Trazos






















































































Francois Dubeau (Montreal, 1965)
Dibujos a pluma. Un trazo preciso, sensual , exquisito.






Mm VI












"The Court of the Crimson King" – La corte del Rey Carmesí (1969) King Crimson







Cadenas corroídas de lunas en prisión
destrozadas por el sol.
Ando por un camino, cambian los horizontes
ha comenzado el torneo.
Toca su canción el flautista púrpura,
y el coro canta con dulzura;
tres canciones de cuna en lengua ancestral,
en la corte del rey carmesí.

El guardián de la ciudad
pone cerrojos a los sueños.
Aguardo en la puerta de los peregrinos
sin plan preconcebido.
Salmodia la reina negra,
la marcha fúnebre.
Sonarán las quebradas campanas de bronce;
Convocando a la hechicera del fuego
a la corte del rey carmesí.

El jardinero planta un árbol
mientras está pisando una flor.
Persigo el viento de un barco de prismas
para probar lo dulce y lo ácido.
El malabarista eleva la mano
y comienza a sonar la orquesta,
al lento compás de la rueda del molino
De la corte del rey carmesí.

Lloran las viudas en las dulces mañanas grises
los sabios se cuentan chistes
corro al alcance de señales de presagio
que justifiquen el engaño.
El bufón amarillo no actúa
pero tira suavemente de los hilos
y sonríe cuando bailan los títeres
en la corte del rey carmesí.





Acompañada de unas imágenes de la saga de Hannibal Lecter







domingo, 25 de enero de 2009

Marcas III

































































*Fotografías: David Lawrence



sábado, 24 de enero de 2009

Incertidumbre










¿Es el azar un producto de mi ignorancia o un derecho intrínsico de la naturaleza?





"Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?" y otros quinientos pensamientos sobre la incertidumbre de Jorge Wagensberg.

Alguno de los aforismos en negrita se deben al autor de la transcripción en internet, al que agradezco su esfuerzo.










*Pintura: "Caminante sobre el mar de niebla" (1818) - óleo sobre tela - 98 x 74 cm. Caspar David Friedrich






esclava XI






"The slave market" - esclava en el mercado
óleo sobre tela
Fabio Fabbi (1861-1946)





Bordello I
















































































*Fotografías: Vee Speers





odalisca XI











odalisque (la sultane)
óleo sobre tela
Ferdinand Victor Leon Roybet (1840-1920)