jueves, 13 de noviembre de 2008

Bella I













Narraba una leyenda
que una bella princesa,
maldita a yacer,
esperaba sumisa
el beso menester
de su príncipe amado...







Desenvainó la espada con la que había cortado todas las enredaderas que cubrían los muros y, deslizando cuidadosamente la hoja entre sus pechos, rasgó con facilidad el viejo tejido del vestido que quedó abierto hasta el borde inferior. Él separó las dos mitades y la observó. Los pezones eran del mismo color rosáceo que sus labios, y el vello púbico era castaño y más rizado que la larga melena lisa que le cubría los brazos hasta llegar casi a las caderas por ambos costados.
Separó de un tajo las mangas y alzó con suma delicadeza el cuerpo de la joven para liberarlo de todas las ropas. El peso de la cabellera pareció tirar de la cabeza de ésta, que quedó apoyada en los brazos de él al tiempo que la boca se abría un poco más.
El príncipe dejo a un lado la espada. Se quitó la pesada armadura y a continuación volvió a alzar a la princesa sosteniéndola con el brazo izquierdo por debajo de los hombros y la mano derecha entre las piernas, el pulgar en lo alto del pubis.
Ella no profirió ningún sonido; pero si fuera posible gemir en silencio, la princesa gimió con la actitud de su cuerpo. Su cabeza cayó hacia él, quien sintió la caliente humedad del pubis contra su mano derecha. Al volver a tenderla, le apresó ambos pechos y los chupó suavemente, primero uno y luego el otro.
Eran éstos unos pechos llenos y firmes, pues la joven tenía quince años cuando la maldición se apoderó de ella. Él le mordisqueó los pezones, al tiempo que le meneaba los senos casi con brusquedad, como si quisiera sopesarlos; luego se deleitó palmoteándolos ligeramente hacia delante y atrás.
Al entrar a la estancia el deseo le había invadido con fuerza, casi dolorosamente, y ahora le incitaba de forma casi cruel.
Se subió sobre ella y le separó las piernas, mientras pellizcaba suave y profundamente la blanca carne interior de los muslos. Estrechó el pecho derecho en su mano izquierda e introdujo su miembro sosteniendo a la princesa erguida para poder llevar aquella boca hasta la suya y, mientras se abría paso a través de su inocencia, le separó la boca con la lengua y le pellizco con fuerza el pecho.
Le chupó los labios, le extrajo la vida y la introdujo en él. Cuando el príncipe sintió que su simiente explotaba dentro del otro cuerpo, la joven gritó.
Luego sus ojos azules se abrieron. -¡Bella!- le susurró.”










“… -Venid aquí mi querida niña consentida- dijo amablemente-. Decidme, ¿habéis atendido alguna vez a un príncipe en su alcoba, lo habéis vestido y desvestido?- preguntó.
- No mi príncipe- contesto Bella, y se apresuro a situarse a sus pies.
- Incorporaos sobre vuestras rodillas- ordenó él.
Ella obedeció colocándose las manos detrás del cuello, y entonces vio las campanillas de cobre que el príncipe sostenía en la mano. Cada una de ellas estaba sujeta a una abrazadera de resorte.
Antes de que Bella pudiera protestar, él le aplicó una al pezón derecho, con sumo cuidado. No apretaba lo suficiente como para hacerle daño pero se agarró al pezón y lo estrujó, endureciéndolo. Ella contemplaba cómo le aplicaba otra al pezón izquierdo y, sin querer, tomó aliento al sentir la presión de la campanilla, lo que provoco que ambas campanas sonaran muy débilmente. Eran pesadas, y tiraban de ella. Entonces se sonrojó, deseó desesperadamente sacudírselas. Hacían que sus pechos pesaran mas y notaba que le dolían.
Él le dijo que se levantara y abriera las piernas.
El príncipe sacó del cofrecillo otro par de campanillas, estás del tamaño de nueces. Bella, gimoteando levemente, sintió que las manos del príncipe se movían entre sus piernas al tiempo que sujetaba rápidamente estas campanas en sus labios púbicos.
La princesa tenia la impresión de que ahora sentía partes de sí misma de las que hasta ese momento no había sido consciente. Las campanas le tocaban Los muslos, tiraban de los labios y se insertaban en la carne, apretándola.
- Vamos, no es tan horroroso, mi pequeña doncella- susurró él y la premió con un beso.
- Si os complace, mi príncipe… - balbuceó Bella.
- Ah, eso esta muy bien-dijo-. Y ahora a trabajar, hermosa mía. Quiero veros trabajar deprisa, pero con gracia. Quiero que todo salga correctamente, pero con cierta destreza. En mi alacena, en un colgador, veréis mi escapulario de terciopelo rojo y mi cinto de oro. Traédmelos, deprisa, y dejadlos sobre la mesa. Luego me vestiréis. Bella se apresuró a obedecer.
Avanzando de rodillas, descolgó las prendas y se apresuró a llevarlas a la alcoba. Dejó la ropa al pie de la cama, se dio la vuelta y esperó.
-Ahora desvestidme- dijo el príncipe-. Debéis aprender a utilizar las manos únicamente cuando no consigáis hacer algo de otro modo.










Él le ordenó que se levantara y de nuevo la cogió en sus brazos, y esta vez dijo:
-Besadme como deseáis hacerlo.
Bella llena de alegría, besó la suavidad fría de su frente, los oscuros mechones de su cabello, los parpados y las largas pestañas. Le besó las mejillas y luego la boca abierta. La lengua de él pasó al interior de su propia boca, todo su cuerpo se estremeció y él tuvo q sostenerla.



- Mi príncipe, mi príncipe- murmuró Bella, pese a que sabía que desobedecía-. Me da tanto miedo todo esto.
- Pero ¿porque, hermosa? ¿todavía no lo tenéis claro? ¿no os parece simple?
- Oh, pero ¿Cuánto tiempo os serviré? ¿va a ser así a partir de ahora?

- Escuchadme- estaba serio, pero no enfadado. La cogió por los hombros y luego le miró los pechos hinchados. Las campanillas de cobre que temblaban cuando respiraba. Bella sintió sus manos entre las piernas, y luego los dedos dentro de ella, tocándola suavemente con un movimiento ascendente que hizo que su cuerpo estremeciera de placer. - Esto es todo lo que podéis pensar, todo lo que vais a ser- dijo-. En alguna vida anterior erais muchas cosas: un rostro bonito, una voz bonita, una hija obediente… Habéis mudado esa piel como si se tratara de sueños, y ahora sólo debéis pensar en estas partes de vos- le frotó los labios púbicos, le ensanchó la vagina, y luego le apretó los pechos casi con crueldad-. Ahora estos es lo que sois, lo único que sois, además de vuestro encantador rostro, pero sólo porque es el rostro encantador de una esclava desnuda e indefensa.








El rapto de la bella durmiente. Primer libro de la trilogía de Anne Rice escrita bajo el seudónimo de A.N. Roquelaure.


Título original: The Claiming of Sleeping Beauty -Bella Durmiente 1-











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