viernes, 21 de noviembre de 2008

Señor "BDSM" (II)












... Siguió otro golpe en dirección contraria y, seducido por la grupa que le mostraba, asestó los siguientes en el trasero de Carolina, que ahora acompasaba sus exclamaciones con un leve jadeo. Atraído por las dos medias lunas que, marcadas con varios trazos rojos, se le ofrecían, tiró al suelo la fusta y, agarrándolas, abrió el camino oscuro y la sodomizó.
Ella, al recibir la verga de su dueño, gimió y contrajo el cuerpo, mientras él, sin dejar de moverse, la cogió por los pechos y apretó los pezones, fuera de sí. El jadeo de ambos se volvió más intenso y, al fin, cuando todo auspiciaba el orgasmo, le dijo a la mujer, junto al oído:
-Aprieta más el ojete, que yo te apretaré los pezones hasta pulverizártelos, perra.
-Sí, mi dueño y señor –repuso Carolina-, quémame las entrañas con ese hierro candente que me está matando de gusto... así, oh, sí, mi Amo, pellízcame las tetas, rómpeme, gózame...








No resistió Germán el cataclismo. Moviéndose frenético, vació en el intestino de su esclava una oleada de esperma, que la condujo al éxtasis.
-Esto no ha terminado –farfulló-. Eres una puta: no puede uno darte por el culo, sin que disfrutes como una guarra. Voy a castigarte por ello. Prepárate.Y, apenas acabó la perorata, desató a la mujer y prosiguió diciendo:
-Aún no he desollado a este conejo, pero será un placer, no lo dudes. Pero ahora vayamos a otra cosa: te he soltado porque habrá que poner a punto la maquinaria para volver a empezar.
Esto dijo, señalándose el pene que, irritado y sanguinolento, comenzaba de nuevo a centellear.
-Arrodíllate, esclava, y métetela entera en la boca. Quiero que me la chupes despacio, trabajando esa lengua...
Carolina, sumisa y solícita, tomó en su boca el falo y comenzó a lamerlo. Primero, dando vueltas alrededor del glande con la lengua bien mojada; luego, de arriba a abajo, succionando de forma espasmódica, hasta que, finalmente, se la metió toda entera, sin parar de moverse. Y así hasta que su amo le ordenó detenerse y volvió a conducirla hasta los amarres, donde la encadenó, de frente esta vez.
-Quiero que abras las piernas y las mantengas así, hasta que yo disponga otra cosa.
Cogió entonces un látigo no muy grande, con siete colas largas y flexibles, que le fue restregando por todo el cuerpo, viendo cómo en ella hacía presa la excitación. Cuando la propia se hizo insoportable, empezó a azotarla. Primero en los pechos, después en el vientre, luego en la cara interna de los mulos... Ahora no se trataba de un juego, o eso parecía, al menos.
Pronto, los senos se llenaron de rojos verdugones y otro tanto las zonas restantes, expuestas al castigo. Germán se detuvo.




-Voy a azotarte el coño.
Y pasó en un instante de la palabra al acto, descargando en aquel lugar una buena andanada de latigazos, que le arrancaron deliciosos gritos. Carolina temblaba, suplicaba, lloraba. Y él, consciente de su victoria, redoblaba la crueldad de la azotaina.
-Así, así me gustas, puta –le decía con voz trémula-; eres mía, eres mía, y ahora siento en tu carne mi posesión. Puedo romper ahora tus cadenas, destruir estos látigos y pedirte que salgas de mi vida... tú eliges...
-¡Azótame! Soy tuya. Y cuando siento el látigo en mis carnes sé que no tengo vida, placer ni voluntad, si no es arrodillada a tus pies.
Germán volvió a aplicar una tanda de azotes a los enrojecidos muslos de la mujer. Estaba sudoroso y la fuerte erección le dolía. Tiró el látigo y, poniendo su mano entre las piernas de ella, le apretó el coño. Se encontraba mojada. Germán bajó a la molla palpitante y la llevó a su boca, succionándola con ardor. Cuando advirtió que se acercaba el éxtasis, procedió a desatarla, la puso a cuatro patas sobre el suelo y la penetró.



-Germán. Germán, por favor, se hace tarde, ¿a qué esperas para levantarte?
-Anda, mujer, ¿no podemos quedarnos en la cama cinco minutos más?
-Claro que no. Recuerda que a las 10 vendrán a recogernos.
-Joder, con lo a gusto que estaba durmiendo.
-Sí, ya lo noté; estabas empalmado y por poco me ensartas... ¡A saber qué estarías soñando!
-Unos minutos más, mientras pones el desayuno... -Ya voy, ya voy, negrera.
-¡Este hombre! A propósito, ¿quién es Carolina? Me pareció escuchar que la llamabas.










Un relato de Clarisa Meer.




1 comentario:

Anónimo dijo...

pues nada, sigue sin gustarme...