viernes, 30 de abril de 2010
El país de las sombras
Fue el mejor trabajo de mi vida: todo era histeria, mujeres inseguras que vuelven a sus hogares por haber pagado su felicidad con el fin de su estabilidad emocional, y esas, éramos las afortunadas. Y siempre pensábamos en una cosa: volver a casa.”
“Si mi madre hubiera podido ver lo que había allí, seguramente me perdonaría por no haberle escrito más a menudo. Sin embargo admiraba a esas mujeres, que parecían poseer ese don en el que los médicos no creen: nos cabía duda de que nos habíamos equivocado en todo, pero todo nos iba saliendo bien.
A un cierto punto piensas: ¿Qué más da si hasta el Gobierno del país se prostituye?
La Señora me dio un consejo, así como el ratón al gato: ¡Adáptate a las circunstancias!
No obstante seguí siendo capaz de escribir versos, y eso fue lo que me salvó.
Y las que vivían allí solo se preocupaban de cómo sobrevivirían al frío del invierno en las literas llenas de polvo. Y había una estufa para 20 mujeres, que deseaban ver sus hijas como nada más en el mundo.
Algunas iban a enfermar, las que no estaban enfermas ya. Se susurraban nombres de antibióticos, para no crear escándalo: la bronquitis crónica no es buena publicidad, el hambre menos.
A veces, me sentía indigna de tener una cama decente, café y un paquete de cigarrillos.
Me decía a mi misma que una mujer desesperada vestida solo con ligueros, que busca algo para calentarse es patética, por esta razón, nunca hablé cuando me robaron. Estaba escrito que el hermano traicionaría al hermano, y aunque se hubiesen olvidado de incluir a las hermanas, o quizás por eso, había robos a diario.
Estábamos en Enero del 2000 y se solía decir que España iba bien
“Las hermanas estaban celosas de mi paquete de tabaco, de mi cama, de mi café. La Señora también me miraba de reojo y yo, vivía allí con la soga al cuello, aunque ella nunca me dijo nada de los rumores acerca de mí. Así evitaba ver a las literas, realmente confortables, los turnos de la limpieza y las dificultades en obtener un desinfectante que no fuera lejía barata; cuando dejé de ser una lameculos para soñar con ser una mujer libre, fuera de aquel rebaño.
El rebaño no dormía, ni de día ni de noche, mientras sonaba el altavoz, mientras se oían ruido de tacones y gritos y lamentos, llantos y risas compulsivas y cocaína a tutti pleni.
No había ventanas y a duras penas reconocían el día de la noche, si es que les importaba ya, esperando a ese hombre que nunca llegaba, el hombre que les tendería una mano y lloraría sobre sus niños muertos.
Pero por allí, solo pasaban grandes hombres: nadie sabía nunca de donde venían, nadie sabía nunca donde iban después…
Para las decepcionadas de todos los días, siempre quedaban unas palabras “anda no te preocupes, procura dormir” y, dicho sea, el sueño lo cura todo.
Si, esos eran los caballeros de los anuncios, esos eran los que esperábamos y yo supe desde el primer momento que de grandes no tenían nada, de no ser las cuentas corrientes que procuré vaciar, con aplicación y una buena dosis de sentido del humor.”
-Memorias de un burdel- Fragmento del libro
de Sara Ballini
*Fotografías: Carpediem Studio y Robert Chouraqui
jueves, 29 de abril de 2010
miércoles, 28 de abril de 2010
oriolano IV
¿Cuándo aceptarás, yegua,
el rigor de la rienda?
¿Cuándo, pájaro pinto,
a picotazo limpio
romperás tiranías
de jaulas y de ligas,
que te hacen imposibles
los vuelos más insignes
y el árbol más oculto
para el amor más puro?
¿Cuándo serás, cometa,
para función de estrella,
libre por fin del hilo
cruel de otro albedrío?
¿Cuándo dejarás árbol
de sostener, buey manso,
el yugo que te imponen
climas, raíces, hombres,
para crecer atento
sólo al silbo del cielo?
¿Cuándo, pájaro, yegua,
cuándo, cuándo, cometa;
di, cuándo, cuándo, árbol?
Cuando mi cuerpo, vague
asunto ya del aire.
El Silbo de las ligaduras
Miguel Hernández
martes, 27 de abril de 2010
lunes, 26 de abril de 2010
Miradas XXII
domingo, 25 de abril de 2010
Secretos confesados
Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños, dispuesta a lidiar con juguetes desordenados y ropas revueltas.
—Venga niños, mamá está cansada.
A qué quejarme, cuando no hay momento en el día más dulce que el ritual del cuento y el beso.
—Dulces sueños, mis dos tesoros; mamá vela por vosotros.
Entorné con cuidado y retorné escaleras abajo. Cuando entré, él padre Martín contemplaba las fotografías de los niños.
—Buenos muchachos, estará orgullosa —sonrió con timidez e hizo una breve pausa—. ¿Vamos a ello?
Asentí en silencio y antes de arrodillarme ante él repetí la consigna de rigor.
—Suelo cobrar por adelantado, padre. Es la costumbre.
Mini relatos eróticos
Olivia Ardey