Paul empezó a cantar nuevamente. Se subió las mangas, luego le dio una mano a Jeanne y la invito gentilmente a meterse en la bañera. El agua estaba deliciosa. Se sentó despacio, sintiendo que el frío y la ansiedad desaparecían de su interior Paul se sentó en el borde de la bañera.
—Pásame el jabón —dijo.
Le agarró el tobillo y le levantó el pie hasta que estuvo a la altura de su cara. Lentamente comenzó a enjabonarle los dedos, la planta del pie, luego las pantorrillas. Jeanne se sorprendió de la suavidad de sus manos.
—Estoy enamorada —repitió.
Paul no quería escuchar nada de eso. Pasó su mano llena de jabón por el costado del muslo hasta que no pudo ir más allá. Allí empezó a hacer espuma.
—Estás enamorada —dijo con un entusiasmo burlón—. ¡Qué encanto!
—Estoy enamorada —insistió ella y empezó a gemir.
La mano de Paul era implacable y ella apoyó la cabeza contra el costado de la bañera y cerró los ojos.
—Estoy enamorada, ¿entiendes? susurró—. Sabes, eres un viejo y te estás poniendo gordo.
Paul le soltó la pierna que cayó al agua pesadamente.
—¿Gordo?. Qué cruel.
Le enjabonó los hombros y el cuello y acercó la mano a los pechos. Jeanne staba determinada a obligarlo a que la tomase en serio. Asimismo se percató de que disponía de una ventaja, lo que era algo nuevo para ella. Lo miró con atención y comprobó que lo que estaba diciendo era verdad.
—Has perdido la mitad del pelo y la otra mitad es casi blanca dijo ella.
Paul le sonrió pese a que las palabras lo molestaron.
Le enjabonó los pechos, luego tomó uno con una mano y lo observó con ojos críticos.
—Sabes —dijo—, dentro de diez años vas a estar jugando al fútbol con tus tetas. ¿Qué piensas de ello?
Jeanne sólo levantó la otra pierna y Paul se la lavó.
—¿Y sabes qué voy a estar haciendo yo? —preguntó mientras volvía a poner la mano sobre la piel suave entre los muslos.
—Estarás en una silla de ruedas —dijo Jeanne y suspiró cuando el dedo de Paul le tocó el clítoris.
—Bueno, tal vez. Pero pienso que estaré riéndome en la eternidad. Le dejó la pierna, pero Jeanne la mantuvo en el aire.
—Qué poético. Pero por favor, antes de que te levantes, limpiame el pie.
—Noblesse obliga.
Le besó el pie y luego se lo enjabonó.
—Sabes —continuó diciendo Jeanne, él y yo hacemos el amor.
—¿Realmente? —Paul se rió, divertido con la idea de que lo estaba provocando con esa revelación—. ¿Y lo hace bien?
—¡Es magnífico!
Al desafío de Jeanne le faltaba convicción. Sin embargo, Paul sintió que estaba más satisfecho. Sin duda, ella tendría otro amante, pero volvía una y otra vez a él por lo que le pareció una razón obvia.
—Sabes, eres una imbécil—dijo él—. Lo mejorcito lo vas a hacer en este mismo apartamento. Ahora, ponte de pie.
Ella obedeció y dejó que él la diera vuelta. Sus manos, suaves por el jabón, le acariciaron la espalda y las nalgas. Paul parecía un padre que bañaba a su hija, los pantalones empapados de agua, concentrado y un tanto inexperto.
Jeanne dijo:
—Mi novio está lleno de misterios.
Esa idea molestó vagamente a Paul. Se preguntó hasta dónde la dejaría llegar y cómo haría para detenerla.
—Escucha, tontita —dijo—. Todos los misterios que vas a encontrar en la vida están en este mismo lugar.
—Es como todo el mundo —la voz de Jeanne tenía un tono de ensoñación—, pero al mismo tiempo, es diferente.
—Como todo el mundo, ¿pero diferente? Paul le siguió la corriente.
—Sabes, hasta llega a asustarme.
—¿Qué es? ¿El rufián local?
Jeanne no pudo dejar de reírse.
—Podría ser. Tiene ese aspecto.
El baño -I-
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