Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños, dispuesta a lidiar con juguetes desordenados y ropas revueltas.
—Venga niños, mamá está cansada.
A qué quejarme, cuando no hay momento en el día más dulce que el ritual del cuento y el beso.
—Dulces sueños, mis dos tesoros; mamá vela por vosotros.
Entorné con cuidado y retorné escaleras abajo. Cuando entré, él padre Martín contemplaba las fotografías de los niños.
—Buenos muchachos, estará orgullosa —sonrió con timidez e hizo una breve pausa—. ¿Vamos a ello?
Asentí en silencio y antes de arrodillarme ante él repetí la consigna de rigor.
—Suelo cobrar por adelantado, padre. Es la costumbre.
Mini relatos eróticos
Olivia Ardey
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