martes, 18 de mayo de 2010

Kurt I















No

Kurt le pregunta cuáles han sido sus fantasías sexuales en los últimos días. Ella rehúsa hablar del asunto. Pretexta que un sentimiento de pudor no se lo permite. Kurt le pide entonces, tras un breve forcejeo, que ella le diga qué es lo que desea que hagan, antes de hacerlo. Vuelve a mostrarse renuente, pero se acerca a Kurt, sin dejar de apoyar las nalgas en el sofá de enfrente, y luego se tumba hacia atrás. Al fin irrumpe en su boca una respuesta, acompañada de un mohín no demasiado artificial y los ojos muy abiertos: ¡Por el culo no!
Antes no se había hablado de ello. La conversación se reanuda ahí, y ella da razones convencionales para su negativa (estrechez, sequedad, agujero inmundo, etc.). Kurt le dice que al fin sabe lo que quiere, pero necesita vaselina. Ella protesta, pero trae un pequeño bote, sin estrenar, que desenvuelve de un paquetito con aspecto de recién comprado. Confiesa entonces que su fantasía es con dos hombres, uno por cada agujero. Kurt dice que nunca será lo mismo, pero hará lo que pueda. Ella protesta de nuevo, se resiste, grita, antes de que ocurra nada, y lo hace bien colocada boca abajo, sin que nadie la fuerce a ello, ni se lo haya pedido.


















Plus ultra

Kurt descubre poco a poco que no le basta lo que tiene del cuerpo de ella: superficie, volúmenes, tacto, gusto, olores. Desea entrar en él, y no a través de vías convencionales. Quiere sus vísceras, lo que haya debajo de la piel y la carne: primero el exterior de ellas (que es interior del cuerpo), para después meterse dentro, en la geografía profunda, hecha de filamentos, láminas, vejigas, donde nacen sus reacciones (físicas, químicas, eléctricas) y está el fondo de su alma. Quiere saberla, estar en todos sus secretos, en el origen de sus secreciones, hasta entrar en una célula, y unirse a ella allí. Al pensar en lo que piensa, Kurt sonríe: tal vez lo está haciendo por cuenta de sus espermatozoos, que alguna vez harán uso también del cerebro común. Luego ve que no es así, pues no aspira a un útero, que no deja de ser una bahía en la costa de la mujer, sino a aventurarse tierra adentro, hasta perderse. Kurt se asusta, no sabe si ha llegado a la esencia del amor o al núcleo del crimen, y piensa si no convivirán ambos también en una célula, o la constituirán.








El suplente


Mientras fuma un cigarrillo, medio recostada sobre la almohada, con la luz de la tarde en retirada, le cuenta lo que más detesta de su hombre, y hace que esté con Kurt: no pierde nunca la compostura; piensa que lo hace así para que ella no se acerque al centro de él. Como se trata de un encuentro ocasional, e ignora todo de la mujer, Kurt la valora en poco, y no la entiende. El hombre en cuestión, le explica ella, le hace un amor convencional, no en las técnicas, sino en los gestos que aplica al propio cuerpo, que nunca se descomponen ni pierden coherencia, ritmo, estilo: jamás parece inerme, poseído. El amor físico, añade, si es hondo, es una caída, un traspiés, una pérdida de estilo, un abandono al mal gusto, que es lo que queda de nosotros cuando el espíritu sale fuera. Su espíritu, en cambio, nunca abandona el barco, y no es posible abordar éste a la deriva, vacío de sí, lleno sólo de sus fantasmas. ¿Y yo, hago eso acaso?, pregunta algo asustado Kurt. Tú lo finges muy bien, responde ella, eso me excita, y me basta; no deseo conocerte.








Kurt, de Kurt K.
XX Premio La Sonrisa Vertical
Ed. Tusquets. Barcelona, 1998





*Fotografías: Vlastimil Kula




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