miércoles, 19 de mayo de 2010

Suguro II












Cuando el coche de alquiler que transportaba a ambos escritores se puso en marcha, Kano dio una dirección al chofer, tras meditar un instante:
- Al hotel Imperial, por favor.
Kano no hizo la menor mención de lo que deseaba tratar hasta que estuvieron sentados en el vestíbulo del hotel. Cuando al fin se acomodaron, Suguro preguntó con voz tensa y cierta irritación:
- Bueno, ¿de qué se trata?
Kano echó un vistazo al vestíbulo para cerciorarse de que nadie les escuchaba. Cuando habló, todavía seguía enfadado.
- Verás, corre…, corre un extraño rumor sobre ti.
- ¿Qué clase de extraño rumor?
- Al parecer, eres un asiduo visitante de los locales porno de Kabuki-cho.

Suguro contempló fijamente a aquel hombre que era su amigo.
- ¿Y? ¿Crees que es cierto el rumor?
- ¿Yo? No es mi problema –respondió Kano con desdén-. Sólo quería que supieras que existe. Y como siempre eres tan reservado
- ¿Reservado? Continúa y llámame cobarde, si quieres.
- En todo caso, ¿no se sentirían traicionados tus lectores si escucharan un rumor así? No tendría importancia si se tratara de mí, pero tú eres cristiano y todo eso. Te verías en un buen lío si la Iglesia o los curas se enteraran, ¿no crees? Y algo peor
- ¿Te refieres a mi esposa?
-
- Mi esposa cree lo que le digo y no hace caso de nada más –replicó Suguro con confianza-. ¿Quién te ha contado ese rumor?












La sala estaba casi desierta. Un botones uniformado salió a recibir a los pasajeros de un gran autocar que acababa de llegar del aeropuerto.
- Un periodista llamado Kobari. No le conocía, pero me llamó por teléfono hace dos semanas. Dijo que quería hacerme algunas preguntas sobre ti en confianza. Afirmó haber conocido a una pintora que le reveló tus actividades secretas.
- - ¡Ah! –Suguro sonrió con aire abatido, comprendiendo por fin de qué iba el asunto.- De modo que se trata de eso. Verás, hace poco, en la entrega de ese premio que me dieron, una mujer borracha se abrió paso hasta mí y empezó a soltar una serie de incoherencias a voz en grito. Si me querías hablar de eso, lo sé todo al respecto. Kurimoto, de Dokansha Press, también está al corriente. –Soltó un bostezo deliberado y añadió: - Lamento que te hayas preocupado por nada. El rumor es totalmente infundado, de modo que puedes olvidarlo todo.
Suguro consideró que este comentario tranquilizaría a Kano, pero su amigo mantuvo un hosco silencio.
- Suguro… ¿Dónde estuviste anteanoche?
- ¿Anteanoche? –Suguro torció la cabeza.- Estuve en casa, leyendo los relatos del concurso. ¿Por qué me lo preguntas?
- ¿No estuviste en Shinjuku?
- No.
Kano apartó la mirada y murmuró:
- Yo mismo te vi esa noche. En el andén de la estación de Shinjuku.
- ¿En el andén? No seas ridículo. Estuve en casa toda la noche. Mi esposa puede atestiguarlo.
Kano miró a Suguro en silencio. Luego, como si estuviera murmurando para sí, comentó:
- Hacia las once y media, yo estaba en el tren con Mitomo, de Dokansha Press. Le había entregado un original en un bar de Golden Avenue y tomamos una copa. Llevábamos la misma dirección, de modo que subimos juntos al tren, que iba lleno. Yo iba mirando por la ventanilla mientras hablaba con Mitomo y, en el andén del lado opuesto…, te vi sentado en un banco con una mujer que llevaba gafas.
- ¿Me viste?
- Sí. Eras tú.
- ¿Estás seguro de que no era alguien que se me parecía?
Kano respondió con rotundidad:
- No, eras tú. Sé que lo eras. Mitomo también se sorprendió
- Estaba en mi casa, ¿Cuántas veces tendré que repetirlo para que me creas?
- Te creo, pero también sé que te vi en ese andén. Entonces llegó el tren de tu lado y desapareciste.
- Es absurdo. No soy dos personas a la vez, ¿sabes? –Suguro tuvo que esforzarse para sonreír.- Debe tratarse de un sosia. Ese impostor se hace pasar por mí, utiliza mi nombre y anda rondando por Shinjuku. Llama a mi esposa y pregúntale. Pregúntale dónde estaba anteanoche.
- No tengo que llamarla. Estoy seguro de que estabas en tu casa. Pero también sé lo que vi.
- ¿Qué clase de mujer era?
- Llevada uno de esos pañuelos largos, de color marrón, enroscado al cuello con vueltas y vueltas como los lucen hoy todas las jóvenes. También llevaba botas. Y gafas.
- No conozco a ninguna mujer así.
- En cualquier caso, si el rumor se extiende, serás tú quien sufra las consecuencias. Si piensas hacer algo, será mejor que te des prisa.











Suguro comprendió que era inútil seguir intentando convencer a Kano. Sabía por su larga experiencia, que no había modo de hacerle cambiar de idea una vez había expresado su opinión. De palabra afirmaba confiar en Suguro, pero su voz casi inaudible proclamaba sus dudas.
Si así iban las cosas con Kano, su viejo amigo, todavía resultarían peores con los extraños. Y, según Kano, un periodista había olfateado desde lejos el hedor de un cuerpo descompuesto, como una hiena, y no había tardado en empezar a investigarle.
- Entiendo –asintió Suguro, luchando por controlar su maraña de emociones: miedo, confusión y cólera.








Pág. 57-60




Escándalo
Shusaku Endo






*Imágenes: Taxi Driver

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