miércoles, 20 de octubre de 2010

Lucien N.








15 de marzo de 19..


Herodoto nos cuenta que las mujeres distinguidas «no son entregadas a los embalsamadores inmediatamente después de su muerte, al igual que las mujeres muy hermosas y muy famosas. Sólo se las confían al cabo de tres o cuatro días. Con ello se pretende evitar que los embalsamadores abusen de ellas».
Es el más antiguo de los comentarios, aparecidos en las crónicas, sobre esta inofensiva pasión que algunos denominan perversión. ¡Aunque los «tres o cuatro días» son de una ingenuidad...!













10 de mayo de 19..


Ayer, uno de mis clientes, un joven y encantador pianista, intentó seducirme. Tomábamos el té, sentados en el pequeño sofá Imperio de la biblioteca, un mueble más bien estrecho. Yo junté en las mías las dos hermosas manos viajeras y se las devolví a su dueño riendo, de la misma manera que se rechaza una pareja de pájaros.
—Oh... Lucien. ¿No le gustan los chicos? Y yo que creía...
—Claro que me gustan los chicos. Y también las mujeres.
Como realmente no podía decirle: «Me gustarían mucho sus ojos en blanco, sus labios mudos, su sexo glacial, ojalá estuviera usted muerto. Por desgracia, tiene el mal gusto de estar vivo», añadí hipócritamente:
—Pero yo no estoy libre y no me gustaría ocasionarle complicaciones. Es una pena.
Me creyó con mucha amabilidad.












7 de junio de 19..


No paso un día sin recordar a Suzanne, sus senos con las anchas aureolas beiges, su vientre vacío, suspendido como una lona sobre las dos puntas de las caderas, su sexo, cuyo mero recuerdo basta para conmover el mío. Hoy, ¿a qué conchas marinas se ha unido el marfil de sus huesos?...












15 de enero de 19..


Aquella noche, empujé el sillón de mi dormitorio hasta enfrentarlo al gran espejo veneciano que tanto me gusta. Senté a Jérôme en mis rodillas, mordisqueé su nuca con un reflejo plateado, justo entre los hombros, allí donde seguramente Zouzou le besaba jugueteando. En los helechos grises del espejo, entre la escarcha de sus follajes, veía bailar a Jérôme como una gran marioneta bajo los impulsos de mi deseo.





12 de octubre de 19..


Las pestañas grises de la chiquilla arrojan una sombra gris sobre sus pómulos. Tiene la sonrisa irónica y astuta de las taimadas. Dos tirabuzones lacios enmarcan su cara, bajan hasta los festones de la camisa arremangada por debajo de las axilas y que descubre un vientre del mismo blanco azulado que se ve en algunas porcelanas de China. El monte de Venus, muy plano, muy liso, reluce ligeramente bajo la luz de la lámpara; diríase que lo recubre una película de sudor.
He separado los muslos para contemplar la vulva fina como una cicatriz, con los labios transparentes de un malva pálido. Pero tendré que esperar aún unas cuantas horas, pues, por ahora, todo el cuerpo está todavía un poco rígido, un poco crispado, hasta que el calor de la habitación lo reblandezca como una cera. Así que esperaré. Esta chiquilla vale la pena. Es realmente una muerta muy hermosa.













23 de abril de 19..


He descubierto en Tristan Corbiére una expresión estupenda: «Disfrutar como un ahorcado».


















12 de septiembre de 19..


No sé por qué, pero esta mañana, al anudarme la corbata, he recordado brevemente la antiquísima imagen de mi vecina de adolescencia, de aquella Gabrielle a la que tanto me gustaba imaginar ahorcada, con los ojos en blanco en un último éxtasis.



















Su autora, Gabrielle Wittkop, honró hasta el final sus valores libertinos, “una posición filosófica que excluye cualquier autoridad moral o religiosa”.









*Fotografías: Sergey Ryzhkov y Pawel Jaszczuk

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