viernes, 20 de febrero de 2009

El vicio inglés I








La flagel.lació - Lluís Borrassà (1360-1425) [1]






El primer intento sistemático de explicar la flagelación como estimulante de la sexualidad fue planteado, según parece, por el médico alemán Johann Heinrich Meibom (1590-1655), conocido también por su apellido latinizado Meibomius, en su tratado De Flagrorum Usu in Re Veneria et Lumborum Renumque Officio ("Del uso de la vara en la cosa venérea y en el oficio de los lomos y de la riñonada"). Esta obra fue publicada en Leyden, el año 1629, y reeditada numerosas veces. Fue traducida al alemán, al francés por Claude Mercier (1792) y al inglés.

El tratado de Meibom representa un serio intento de 1) dejar indiscutiblemente establecido que la flagelación puede actuar como estímulo de la erección de la “victima”, y 2) aventurar una explicación de tal fenómeno.

La obra reviste la forma de epístola dirigida a Christianus Cassius, amigo de Meibom, quien, como consta en la página del título del tratado, era consejero del obispo de Lübeck y del duque de Holstein. Parece que, hallándose bajo la influencia del vino, Cassius manifestó que no creía que la flagelación pudiera curar muchos males, entre ellos el de la impotencia:


"Pero aquello que no pudiste fácilmente creer en lo tocante a mi afimación, era que hay personas que se sienten inducidas a lo venéreo por los golpes de varas, y que se inflaman en la llama de la lujuria mediante azotes, y que la parte que nos distingue en cuanto a hombres se alzará con el encantamiento de vigorizantes latigazos. Pero te convenceré, amigo Cassius, de que así es" (pp. 5-6).







La flagelación de San Andrés -Dominiquin, Domenico Zampieri (1581-1641)





Meibom comienza citando, en apoyo de su afirmación, una amplia gama de autoridades. La locura, la melancolía producida por el amor desdichado, la “manía erótica”, la flaqueza y debilidad corporales, estas y otras afecciones responden al tratamiento mediante “urticación” (frotar o azotar el cuerpo con ortigas). Pero el caso más curioso es, sin duda, el de la impotencia sexual del varón. Recuerda a su amigo que Petronio ya trato este tema. Recuerda a su amigo que, en el Satiricón, Oenothea, la sacerdotisa de Príapo, emprende la tarea de poner el miembro viril de Encolpio, que se encontra temporalmente en estado de laciedad, “tan tieso como un cuerno” (fascinum tam rigidum reddituram, ut cornu) por el medio de azotarle vientre y ombligo con ortigas verdes. ¿Y acaso Otto Brunfels no había hecho constar, más recientemente, en su Onomastikon Medicinae (1534), que algunos hombres son impotentes, a menos que sean azotados, y que en Munich sede del duque de Baviera, vivía un hombre que jamás podía gozar de su esposa, si no era concienzudamente azotado antes de iniciar sus intentos? (pp. 10-11).


Sin embargo, Meibom no alberga la menor duda de que, entre cuantos han escrito acerca de la flagelación sexual, el más importante es el gran humanista italiano Pico della Mirandola (1943-1494), quien en su Disputationes Adversus Astrologiam Divinatricem (1502), capítulo XXVII, explica con enjundia el caso de un retorcido conocido:


Vive en la actualidad un hombre con un género de lujuria prodigioso y casi inaudito, por cuanto jamás le inflama el placer si antes no es azotado, aunque tanta afición tiene al acto, y desea los azotes con tal ansia, que acusa al flagelador que le da trato benévolo, y jamás es del todo señor de sus deseos si la sangre no mana, y si el látigo rabioso no azota con vigor los miembros del monstruo. Esa criatura suplica semejante favor de la mujer de que se propone gozar, y él mismo le entrega una vara, remojada y endurecida con vinagre un día antes, a dicho propósito, y de rodillas impetra a la ramera la bendición de los azotes, y cuanto con más vigor es azotado con más entusiasmo rabia, y de semejante manera juntos van placer y dolor. Singular ejemplo es éste de persona que halla deleite en pleno tormento, y no es hombre muy vicioso en otros respectos, reconoce su aberración y la aborrece (pp. 7-9).


No es de sorprender que Pico quedara fascinado por el extraño comportamiento de este hombre, y que, negándose a aceptar que el sujeto se hallara sometido a la influencia de los astros, se esforzara en buscar una explicación de tal conducta. La explicación se hubiera podido tomar de uno de los casos que consta en la obra de Krafft-Ebing, publicada cuatrocientos años más tarde:


Cuando le pregunté seriamente cuál era la causa de esa insólita plaga, contestó: Estoy acostumbrado a ella desde muchacho. Y, cuando le repetí la pregunta, añadió que había sido educado en compañía de varios aviesos muchachos, que comenzaron este negocio de los azotes entre ellos, y se compraban los unos a los otros estas infames azotainas a costa de su modestia (pp. 13-14).




El caso de este infortunado flagelante llegó a ser ampliamente conocido, y fue citado por muchos autores, entre ellos el médico italiano Ludovicus Coelius Richerius o Rhodiginus (1450-1525), en su famosa obra Lectionum Antiquarum. Coelius relata el caso igual que Pico, casi palabra por palabra, y se muestra de acuerdo con que las malas costumbres contraídas en la infancia pueden adquirir carácter permanente:



por la fuerza de hábito vicioso que poco a poco le dominó., practicaba un vicio que reprobaba. Pero el vicio más contumaz y enraizado en su naturaleza se hizo, por usar de él desde niño, cuando en méritos de azotes a correazos los alumnos se entregaban a la recíproca frotación. Extraño ejemplo del poder de la fuerza de la educación en lo referente a enraizar inveteradas malas costumbres en nuestra moral (Meibom, pp. 14-15).


Sin embargo, esta explicación no satisface a Meibom, quien tiene la certeza de que forzosamente ha de haber otra causa que explique la formación de tan peculiar costumbre.



(...)





Pompeia, Villa de los Misterios, siglo I aC, detalle de los frescos. Iniciación de una joven en los misterios dionisíacos.







Conocimientos, advertencias, análisis, descripciones, estudios, datos y algún comentario personal sobre esta extraña perversión: la flagelación como costumbre y como vicio.

Tal es el propósito de los escritos que periódicamente se expondrán bajo el título de: “El vicio inglés”.


[1] El artista equipara el mango del látigo con el pene de los azotadores, y las zurriagas a las emisiones seminales.


Fuentes:

- El vicio inglés, 1980 de Ian Gibson. Editoral Planeta
- El erotómano: la vida secreta de Henry Spencer Ashbee, 2002 de Ian Gibson. Ediciones B





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