sábado, 28 de febrero de 2009

Lesbos















Los primeros textos de la poesía lírica occidental aparecen en Grecia a finales del siglo VII a.C.
Es precisamente en Lesbos donde, paralelamente a la tradición coral que llevaba sus músicas y danzas por las grandes fiestas de las ciudades griegas, se comienza a gestar una nueva poesía, igualmente destinada al canto, pero con un carácter netamente privado, subjetivo e intimista.

Los poetas lesbios, que no son profesionales viajeros (rapsodas), ponen la poesía al servicio de sus propios intereses con la única finalidad de transmitir sus emociones, sentimientos y deseos al reducido círculo de amigos en fiestas o banquetes.
Lesbos juega un papel decisivo en la génesis de esta nueva poesía. Un lugar de paso obligado entre la voluptuosa y radiante civilización oriental y el por entonces incipiente mundo griego. Una nueva forma de espiritualidad en la que la delicadeza, la elegancia, el afeminamiento y el intelectualismo se entremezclan para desbaratar el estatismo y la virilidad que en todos los ámbitos de la vida había impuesto el ideal homérico; y ello no podía acabar sino en el arte, la música y la poesía.







Safo y Faón (Jacques-Louis David, 1809)





No es casual, pues, que fuera Lesbos esa tierra ideal para que una cantora, Safo, en medio de un ambiente de religiosidad y refinamiento, dedicara su esfuerzo al cultivo del amor, de un amor con mayúscula lleno de evocaciones y de imágenes que el paso del tiempo ha ido fijando como tópicos y que le han ganado el mérito de ser, en palabras del gran helenista Wolfgang Schadewaldt, “la verdadera reveladora del amor en Occidente”.
De la vida de la poetisa no sabemos casi nada. Los pocos fragmentos, deshechos en su mayor parte, que conservamos de sus poemas proporcionan algunos datos, casi siempre ambiguos, sobre sus relaciones y su familia: igualmente inseguros son los datos que ofrecen las fuentes indirectas, alusiones y biografías de los antiguos, llenas de contradicciones y deformaciones a menudo novelescas.
Esta oscuridad en torno a su persona ha supuesto que ya desde la antigüedad fuera considerada como una figura mítica, y, lo que es más desdeñable aún, el que a lo largo de generaciones esta figura se haya visto sometida al vapuleo de las más variopintas moralidades.
Así encontramos en Safo desde una mujer casera que regenta un pensionado de señoritas, a una deleznable prostituta, disoluta y amante de mujeres (alusión a su bisexualidad, origen del término lesbianismo y safismo), o hasta el alma indefensa que peca por mandato de alguna diabólica divinidad. Sin embargo, no podemos olvidar la admiración que le profesaron personas capitales en la historia de los hombres como Platón, Catulo, Petrarca, Leopardo, Hölderlin, Byron entre otros muchos.





Safo y Alceo (Lawrence Alma-Tadema, 1881)





Sabemos que Safo la décima Musa nace en Lesbos, probablemente en Mitilene, y se suele situar su época de esplendor en torno al año 600 a.C. De su matrimonio con Cércalas de Andros, de su hija Cleis, y sus hermanos apenas se tienen noticias.
A pesar del lujo que rodeaba su vida, y que se deja traslucir en sus versos, Safo debió de pasar en algún momento apuros económicos, lo cual, con toda probabilidad, está en relación con su destierro en Siracusa, atestiguado por varios documentos.
Parte de los ingresos de Safo provenían de su poesía de encargo, epitalamios para bodas llenos de motivos tradicionales y populares que generalmente eran cantados por los coros de muchachos y muchachas que formaban el cortejo nupcial.
Sin embargo, el centro de su producción poética y el centro de su vida está en el círculo de sus amigas, de las que también de algún modo dependía. La “casa de las servidoras de las Musas” será el escenario en donde aparecerá el amor en sus más puros y diversos estados: añoranza, celos, despedidas que gracias a su don de la poesía siguen produciendo en nuestro espíritu una conmoción nueva y poderosa.
La sensualidad, el deseo y la religión se confunden en un afán de búsqueda de un nuevo valor opuesto a los valores tradicionales, la belleza.






Safo (Charles-Auguste Mengin, 1867)





Su talento ocupó ese espacio íntimo tan inexplorado en aquellos tiempos llenos de epopeyas y héroes mitológicos. Ella osó dejar de lado el mundo rudo y dedicarse a la exploración de la subjetividad, la exaltación de la pasión y el culto a Afrodita, diosa del amor, el placer y los sentimientos sensuales. Ese mundo de las caricias, olores e imágenes que ella describe magistralmente en lenguaje eólico.





yo te buscaba y llegaste, y has refrescado mi alma que ardía de ausencia.











Igual a los dioses me parece el hombre dichoso que te abraza y te oye en silencio con tu voz de plata y tu sonrisa risueña...


Cuán cara y hermosa era la vida que vivimos juntas.

Pues entonces, con guirnaldas de violetas y dulces rosas cubrías junto a mí tus rizos, ondeantes.

Y con abundantes aromas preciosos y exquisitos ungías tu piel fresca y joven en mi regazo y no había colina ni arroyo ni lugar sagrado que no visitáramos danzando...







Doncella

Ay doncellez, doncellez, ¿hacia dónde, dejándome, marchas?


Doncellez

No volveré junto a ti, no volveré nunca más.

Qué puedo hacer, no lo sé: mis deseos son dobles.

















En una mansión como ésta
en la que tenemos siempre invitadas a las musas, que no deben apenarse con dolor humano y a las que las lágrimas ahuyentan y confunden, no debe haber lamentaciones.
No sería digno de ellas...
Ni de nosotras.








… y sobre un blanco colchón tenderé yo mis miembros…
… y echo yo de menos y ansiosa busco…
Me estremece de nuevo desatador,
agridulce alimaña invencible, Amor.






















¡Habla, lira divina, y de cantar no dejes…!


"Morirás, y de ti no quedará memoria, y jamás nadie sentirá deseo de ti porque no participarás de las rosas de Pieria; oscura en la morada de Hades, vagarás revoloteando entre innobles muertos. "






















Bajo tierra estarás, nunca de ti, muerta, memoria habrá ni añoranza; que a ti de este rosal nada las Musas dan; ignorada también, tú marcharás a esa infernal mansión, y volando errarás, siempre sin luz, junto a los muertos, tú.


















La cama de Safo (Charles Gleyre, 1867)




Las Pléyades ya se hundieron,
la luna también, y media
la noche, la hora pasa,
y voy a acostarme sola.







Hace aproximadamente 2,760 años ella lo vaticinó: “Después de muerta, no seré jamás olvidada...”





1 comentario:

Madame X dijo...

Safo, una mujer pionera, cuya leyenda ha sobrevivido hasta nuestros días... Y que tan inteligentemente has recordado, sin caer en mitificaciones facilonas.

Decía Simón de Beauvoir en su "Segundo Sexo" que todas las mujeres somos un poco lesbianas. Safo es uno de los primeros ejemplos de esta afirmación.