... Entro en una especie de trance, y poco a poco fue bajando, bajando, el látigo ya no estaba entre sus piernas, sólo el vello mojado por el sudor abundante, y manos cariñosas que le retiraban las esposas y desataban las tiras de cuero de sus pies.
Ella permaneció allí acostada, confusa, incapaz de mirar al hombre porque estaba avergonzada de sí misma, de sus gritos, de su orgasmo. Él le acaricio el pelo, y también jadeaba, pero el placer había sido exclusivamente suyo; él no había tenido ningún momento de éxtasis.
Su cuerpo desnudo abrazó a aquel hombre completamente vestido, exhausto de tantas órdenes, tantos gritos, tanto control de la situación. Ahora ya no sabía qué decir, cómo continuar, pero estaba segura, protegida, porque él la había invitado a ir hasta una parte suya que no conocía, era su protector y su maestro. Empezó a llorar, y él pacientemente esperó a que terminase.
Ella permaneció allí acostada, confusa, incapaz de mirar al hombre porque estaba avergonzada de sí misma, de sus gritos, de su orgasmo. Él le acaricio el pelo, y también jadeaba, pero el placer había sido exclusivamente suyo; él no había tenido ningún momento de éxtasis.
Su cuerpo desnudo abrazó a aquel hombre completamente vestido, exhausto de tantas órdenes, tantos gritos, tanto control de la situación. Ahora ya no sabía qué decir, cómo continuar, pero estaba segura, protegida, porque él la había invitado a ir hasta una parte suya que no conocía, era su protector y su maestro. Empezó a llorar, y él pacientemente esperó a que terminase.
-¿Qué has hecho conmigo? – decía entre lágrimas.
- Lo que querías que hiciese.
- Ella lo miró y sintió que lo necesitaba. –Yo no te forcé, no te obligué, y no te oí decir “amarillo”; mi único poder era el que tú me dabas. No había ningún tipo de obligación, de chantaje, era simplemente tu voluntad; aunque tú fueses la esclava y yo el señor, mi único poder era empujarte hacia tu propia libertad.
Esposas. Tiras de cuero en los pies. Mordaza. Humillación, que era más fuerte y más intensa que el dolor. Aun así, él tenía razón, la sensación era de total libertad.
María es de un pueblo del norte de Brasil. Todavía adolescente, viaja a Río de Janeiro, donde conoce a un empresario que le ofrece un buen trabajo en Ginebra. Allí, María sueña con encontrar fama y fortuna pero acabará ejerciendo la prostitución. El aprendizaje que extraerá de sus duras experiencias modificará para siempre su actitud ante sí misma y ante la vida. Once minutos es una novela que habla de amor, esa palabra tan gastada, cuya esencia es maltratada cotidianamente por las acciones humanas.
Once Minutos de Paulo Coelho
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