"Un usurero, en mi infancia, quiere impulsarme a cometer un robo; me niego: se enriquece. Caigo en una banda de ladrones, escapo de ella junto con un hombre al que salvo la vida: como recompensa, me viola. Llego a casa de un señor disoluto que me hace devorar por sus perros, por no haber querido envenenar a su tía. Paso, de allí, a casa de un cirujano incestuoso y homicida a quien intento evitar una acción horrible: el verdugo me marca como a una criminal; sus fechorías se consuman sin duda: él triunfa en todo, y yo estoy obligada a mendigar mi pan. Quiero acercarme a los sacramentos, quiero implorar con fervor al Ser supremo del que recibo, pese a todo, tantos males; el augusto tribunal donde espero purificarme en uno de nuestros más santos misterios se convierte en el teatro ensangrentado de mi ignominia: el monstruo que abusa de mí y que me manosea se eleva a los más altos honores de su orden, y yo recaigo en el abismo espantoso de la miseria. Intento salvar a una mujer del furor de su marido: el cruel quiere hacerme morir derramando mi sangre gota a gota. Quiero ayudar a un pobre: me roba. Ofrezco ayuda a un hombre desmayado: el ingrato me hace dar vueltas a una rueda como una bestia, y me ahorca para deleitarse; los favores de la suerte le rodean, y yo estoy a punto de morir en el cadalso por haber trabajado a la fuerza en su casa. Una mujer indigna quiere seducirme para una nueva fechoría: pierdo por segunda vez los escasos bienes que poseo, por salvar los tesoros de su víctima. Un hombre sensible quiere compensarme de todos mis males con el ofrecimiento de su mano: expira en mis brazos antes de poder hacerlo. Me arriesgo en un incendio para arrebatar de las llamas a una niña que no me pertenece: la madre de esta niña me acusa y me incoa un proceso criminal. Caigo en las manos de mi más mortal enemiga, que quiere llevarme a la fuerza a casa de un hombre cuya pasión consiste en cortar cabezas: si evito la espada de aquel malvado, es para recaer bajo la de Temis. Imploro la protección de un hombre al que he salvado la fortuna y la vida; me atrevo a esperar de él alguna gratitud; me atrae a su casa, me somete a horrores, convoca allí al juez inicuo del que depende mi caso; los dos abusan de mí, los dos me ultrajan, los dos aceleran mi pérdida: la fortuna los colma de favores, y yo corro a la muerte."
(Fragmento)
Los filósofos libertinos del marqués de Sade son irrefrenables charlatanes. Después de haber cometido todo tipo de estragos y vejaciones con sus victimas, se entregan con abandono a justificar con palabras su actuación, empleando al efecto cuantas páginas sean precisas. Muchos de los elocuentes apologistas de la crueldad que aparecen en Justine, y no es difícil resumir su filosofía de un dogma de fe básico, a saber, que los impulsos eróticos nos han sido dados por la Naturaleza, nuestra “madre celestial”, con la finalidad de que les demos satisfacción, por excéntricos que nos parezcan. Tal como afirma uno de estos libertinos, “la Naturaleza jamás puso en nosotros otro deseo que el de procurar nuestra satisfacción, a cualquier precio”.
De ahí se sigue que la virtud no consiste en aceptar las normas morales formuladas por los hombres, que siempre son contingentes y que varían de una sociedad a otra, sino en comportarnos de acuerdo con los dictados de la Naturaleza. Por ejemplo, si sentimos una fuerte atracción hacia alguna forma u otra de crueldad, debemos dejarnos llevar por ella. No hacerlo así es “antinatural”. En su sabiduría, la Naturaleza ha hecho fuertes a ciertos hombres y débiles a otros, a algunos los ha hecho sodomitas y a otros simples fornicadores heterosexuales. Todos quieren ser felices, todos quieren gozar del orgasmo, pero los medios para alcanzar tan deseable fin difieren de una persona a otra, y es la Naturaleza quien los ha implantado en nosotros. Nuestros gustos se hallan en nosotros ab initio:
“Los órganos que nos inclinan de manera inevitable hacia este o aquel gusto (fantaisie) se forman en el vientre de nuestra madre, y los primeros objetos que vemos y las primeras palabras que escuchamos acaban de determinar nuestra manera de ser. De acuerdo con ello se forman nuestros gustos, y ya nada en el mundo puede variarlos.”
Éste es el caso de Climent, uno de los libidinosos monjes oficiantes en las subterráneas cámaras de tortura del monasterio de Sainte Marie des Bois. Pacientemente, Climent intenta explicar su filosofía a Thérèse, la tan zarandeada “heroína” del libro:
"Sin duda alguna, lo más ridículo que hay en el mundo … es pretender discutir acerca de los gustos del hombre, contrariarlos, condenarlos y castigarlos, por no estar de acuerdo con las leyes del país en que uno vive o con los convencionalismos sociales. Ocurre que los hombres jamás comprenderán que no hay gusto alguno, por raro que sea, por criminal que se considere, que no resulte del tipo de organización que de la Naturaleza hemos recibido”.
Los personajes de Justine, al igual que en todas las obras de Sade, se dan cuenta de que no son “normales”, según el criterio general. A menudo, son desdichados, y sus filias les hacen sentirse solos. Varios de ellos sostienen que si se comportan con crueldad, ello no se debe a su libre elección, sino a que únicamente por el medio de infligir dolor consiguen excitarse sexualmente. Consideran que los restantes hombres deben esforzarse en comprender lo anterior.
Uno de los principales episodios de Justine tiene ligar en casa del sádico cirujano aficionado Rodin, quien, además de practicar operaciones quirúrgicas ilegales, dirige una escuela, en régimen de internado, en la que estudian catorce muchachas y catorce chicos, todos ellos escogidos en méritos de su belleza, que se encuentran entre los doce y los dieciséis años de edad. Rodin es un maníaco de la flagelación, y se sirve sin piedad de los veintiocho traseros que tiene a su disposición. Rodin explica a Thérèse: “Si un individuo está, por desdicha, de tal manera constituido que solamente se emociona al causar dolorosas sensaciones en la persona objeto de sus atenciones, debéis reconocer que debe entregarse a ello, sin remordimiento alguno”.
El extraño gusto de Rodin (goût bizarre, expresión que Sade utiliza diversas veces) estriba no sólo en azotar, sino también en ser azotado. Rodin es un sadomasoquista. Utiliza la flagelación no como una finalidad en sí misma, sino como estimulante preludio de la unión carnal, aun cuando, dicha unión se efectúe por el ano. La mayoría de los flagelantes de Justine son sodomitas, y Thérèse pronto se da cuenta de que su persona podrá ser penetrada por distintos puntos, salvo por la vagina.
Ninguno de los libertinos de Justine tiene la más leve noción de lo que es la ternura sexual (característica que pasma a Thérèse). Las amorosas caricias jamás conmueven a esos señores. Además, todos ellos, sin excepción, contemplan con asco el órgano genital femenino, ante cuya presencia se sienten impotentes:
A pesar de que el verdadero templo del amor está a su alcance, Rodin, fiel a su credo, ni siquiera mira hacia allá. Incluso teme sus contornos, y si la posición del cuerpo de la mujer los revela, Rodin los cubre. El más leve desvío puede perturbar su homenaje, y no está dispuesto a que nada lo altere.
En muchos aspectos, Sade se anticipó a las investigaciones de los sexólogos del siglo XIX, y los relatos que hace de aberraciones, técnicas y creencias sexuales están sin duda basados en su personal experiencia y observaciones. En lo que se refiere a la flagelación, Sade comprendió claramente que solamente se centra en las nalgas, y también advirtió que está relacionada con la impotencia y con el miedo a los órganos genitales femeninos, o el desagrado que producen.
El libro trata de la vida desgraciada de
Justine, una jovencita a la que la naturaleza ha dotado de un irresistible impulso hacia la virtud, pero al quedar huérfana, se enfrenta a un mundo lleno de libertinos. Ella y su hermana
Juliette se ven obligadas a buscarse la vida como pueden, pero mientras que Juliette, inclinada naturalmente al vicio, decide prostituirse, lo que la lleva a alcanzar el éxito y la respetabilidad, la buena de Justine se empeña, contra viento y marea, en querer llevar una vida virtuosa.
La propia trama y las ideas expuestas en la novela son extremadamente radicales para su época, con fuertes críticas a la organización social y a la religión.
La virtud, simbolizada por Justine se enfrenta a los ardides del vicio y, contrariamente a lo que cabría esperar, en lugar de ser recompensada por mantenerla, lo que recibe es toda clase de agravios. En cambio, los libertinos que abusan de ella se ven recompensados con toda clase de parabienes.
Good conduct well chastised
… Mejor conducta, peor castigo …
*Fotografía: Robert Gilbert
*Grabados de: Claude Bornet (1733-1804?) pintor y grabador del s. XVIII para la edición de Justine ou les malheurs de la vertu 1797 (1799) de Donatien Alphonse François, Marquis de Sade (1740-1814).
*Bibliografía: El vicio inglés de Ian Gibson
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