martes, 8 de diciembre de 2009

Rezadora III





Hace dos años conocí al doctor Menuhim y contemplé extasiado su parada de monstruos, a cambio de dinero y de algún favor ante las autoridades locales para que no entorpezcan su espectáculo, he conseguido frecuentar, desaforadamente, con la mujer más gorda del mundo, un fardo de grasas que apenas levanta metro y medio del suelo y que pesa doscientos veinte kilos,







he follado hasta la extenuación con la mujer serpiente, hembra, prodigiosa que sufre un mal tan insólito como cruel y que a tal extremo ha enflaquecido su cuerpo, exceptuando el rostro, que en verdad se asemeja a una serpiente,









he vivido noches de pasión y lujuria con Las Hermanas Mínimas, dos enanas gemelas y minúsculas, pequeñas entre los diminutos, a su lado mi enana inglesa resultaría un gigante, en fin, he rodado y buscado con desesperación por esta vida absurda, lleno de afanes amorosos y obsesivamente cercado y castigado por el miedo a mi propio ser, he sufrido, ya te dije, hasta esta misma tarde, hasta la fecha de hoy, cuando, cumpliendo la costumbre de los últimos años, he bajado al pueblo para contemplar la feria de los monstruos, en busca, como bien sospechas, de nuevas amantes, y te he encontrado a ti…







pasen y vean, se desgañitaba el doctor Menuhim a la entrada del tenderete, vestido con sus ridículas galas de cochero británico, pasen y vean, decía, admiren a Elan Vanderbilt, la hermosísima Mujer Mantis recién llegada de América para deleite del público europeo, pasen y vean: pasé y te vi y caí rendido ante la milagrosa evidencia, furiosas lágrimas de gratitud hacia el destino inundaron mis ojos, una dulzura insospechada, desconocida, emborrachó mi corazón; sí era posible, existe una persona semejante a mi y es una mujer…qué digo, es la mujer más bella que jamás he contemplado… allí estabas, en la misma posición que ahora mantienes, extraña y deseable, altiva y silente como una diosa de los tiempos bárbaros, ocultando tus manos tras esa bata de seda azul que espero abras con lentitud igual que hiciste en la parada, en la portentosa exhibición de esta noche…








más no valen ya cumplidos, ni palabras, ni promesas de amor, deja que por fin bese tu cuello blanco, suave y atrayente como el aura de tu presencia, surcado de tenues venas azules que palpitan de ansiedad, de deseo, eso espero, deja que esconda mi rostro en la selva de tus cabellos, negros como la misma pasión, fragantes y extensos sobre el desierto de la almohada, así, acaricio tus pechos con devoción, los chupo levemente y consigo verlos erectos, dos cerezas de abril ante mis ojos, dos gotas de miel sobre tu cuerpo de nácar, recorro con mi lenguas la infinita hermosura de estómago, déjame hacer, rodeo el ombligo, perfecto en su exotismo, no creo que vengas de América, como asegura Menuhim, más bien te imagino reinando bellísima y distante en las costas de África, dejo la humedad de mis labios en el monte de Venus, enredo mi nariz en el vello púbico, indómito y prometedor, y desciendo buscando ya con mi lengua tu centro del placer, un clítoris, para mi satisfacción y delirio, bien desarrollado, no quiero imaginar a otros hombres acariciándote, tengo celos homicidas del pasado. Menuhim te habrá vendido a otros igual que a mí, siento odio nuevamente, odio y deseo, un ansia que enturbia mi razón y que se deshace en lágrimas de placer sobre tu sexo, tu coño adorado, tu altar idolatrado, separo la abertura con mis largos y deformes dedos y gimes de dicha, ya distingo la rosa que quisiera intacta, cautiva de mis ojos, mana licores que aturden mi corazón y que colman mis testículos de deseo, mi polla enardecida ya emprende el camino, temo derramar sobre las sábanas alguna gota temprana de mi apetencia, tal es mi excitación, y la rodeo con el glande descubierto la superficie húmeda, recogida en su beldad, oferente y calma, ya tiento con exquisito cuidado, ya penetro de un golpe de riñones que levantan una queja dulcísima en tus labios, me dejo caer sobre ti, cabalgo rabiosamente, eres mía, te poseo, apenas saco un centímetro mi polla para volver a meterla y no perder un segundo ni una pizca del contacto de tus entrañas cálidas, mojadas, el hogar de todos mis afanes, de toda mi esperanza a lo largo de estos años, tan lejos he estado de ti que quiero hacer eterno el abrazo, cabalgo y cabalgo, atrevidamente, sin haber pedido antes la venia, no importa, he pagado a Menuhim, cógela toda, sáciate, … vacíame, deseca mis huesos y mi alma, organza, friganza, aún no me he enfrentado a tus ojos, con tu mirar soberano y ausente, con tu orgullo de Mujer Mantis, ni he visto de nuevo tus brazos, pero mira si te amo, mira si tu cuerpo me acoge con generosidad, que no necesito ese estímulo para reconocerlo: ya llega el esperma con su puntual rigor, ya mis cojones se agitan de placer y lanzan su preciado contenido en rítmicas, potentes e inacabables sacudidas… te inundo… aún no he visto tus manos idénticas a las mías, aún no te he mirado a los ojos, aún no te he besado en la boca… tú reaccionas, es como si mi jugo dentro de ti hubiera actuado como pócima vitalizante, mueves las caderas y liberas tu sexo de mi polla, te levantas, me das la vuelta, subes a horcajadas sobre mí y hundes tu coño, nuevamente, en mi polla dispuesta a hendirlo con renovada pasión, mueves el culo, vehemente, con ganas verdaderas, con violencia, y susurras palabras de felicidad ahora sí, ahora el tabú de tu boca se desvela, aparecen tus dientes blancos, enormes y puntiagudos, sigues frotando y hundiendo y sacando y volviendo a clavar tu coño sagrado y húmedo en mi tiesa verga, ahora dejas que la bata de seda azul resbale por tus hombros y me muestras, lasciva y sonriente, tus manos, mis manos gemelas, y esa visión basta para que yo vuelva a soltar un chorro de esperma que súbito resbala por tus muslos, agachas la cabeza, te paras un instante, espero el beso contumaz y grato, la sublime caricia de tu boca en mi polla, te apresuras a chupármela…











mas no, no, he oído muchas leyendas acerca de la Mantis Religiosa, tú debes pertenecer a la más voraz de las especies, Rezadora, pues de una sola acometida de tus dientes como cuchillos arrancas mi pene, alzas el rostro medio oculto por los cabellos perfumados de lujuria y masticas con gula inusitada, debes ser una de ellas, Rezadora, la que devora a los machos en plena cópula, ahora te centras en mi estómago, los dientes purísimos, ya enrojecidos, abren horrendas heridas, la cama se empapa de sangre, mis aireados intestinos apestan, pero no siento ningún dolor. He sufrido y llorado tanto a lo largo de esta vida ruin que hoy bajo la tiranía y la fuerza incomprensible de tu boca y con tus garras, comprendo que al fin he alcanzado mi destino, deja que te lo diga mientras masticas esa costilla que cruje entre tus fauces: yo he vivido para esto, para ser amante de ti, tú eres mi final, mi juicio ante Dios, mi cielo y mi paraíso… deja que musite mis últimas palabras de dicha antes de morir: te he amado y he comprendido la lógica futileza de mi existencia, yo nací para ti, para expirar hoy entre tus brazos iguales a los míos, desgarra mi cuello, arranca mis labios en el único y postrer beso, sorbe mis ojos con tu lengua carnívora. Rezadora… cómeme… mátame.




"Rezadora"
José Vicente Pascual







*Fotografías: Joel-Peter Witkin
*Mantis: Deviantart






…”el otro lado del horizonte de la cordura, traspasada esa línea de lo estético y lo noble”…

Una reflexión sobre el sexo y las facetas más desconocidas del ser humano. Penetra en el lado oscuro del erotismo, en lo que éste tiene de trasgresión, de negación y, en definitiva, de muerte. Pues si hay un erotismo que ensalza la vida, no es menos cierto que el eros existe en virtud de la muerte, como una energía universal que clama por su propagación.
En todo orgasmo hay una muerte simbólica, metáfora y preludio de la muerte definitiva: sólo porque morimos debemos entregarnos al éxtasis de dar vida.
Este atentado de los principios positivos ha sido normalmente silenciada o relegada a los más sórdidos guetos, como el del sadomasoquismo. Incluso la literatura se ha olvidado de semejante heterodoxia y del potencial que encierra. Sólo, en parte, los surrealistas ahondaron en su tratamiento.










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