martes, 19 de enero de 2010

Lectoras XX





Ahora, mientras aguarda en la torre a conocer su destino, tampoco le asusta la muerte como no la temió en los calabozos del circo, esperando el zarpazo de las fieras. Ahora, como entonces, sólo siente el rechazo ante el dolor, porque perturba la dignidad de la vida. Sabiéndose mortal por su propia voluntad, sólo se entristece la idea de perder sentirse viva, de que se apaguen las hogueras de su cuerpo y se hielen sus ríos interiores. Se resiste a creer que Ahram sea capaz de alejarla para siempre, con la muerte o la venta; le hace daño pensarlo pues significaría que ella no supo darle todo lo que él le ha dado a ella. ¿Tan poco valdrían para Ahram los años en que se han amado, el amor que aún ella siente, más vivo en este dolor que nunca?








Sus confusos pensamientos se disipan de golpe al sonar en la escalera los bien conocidos pasos. Su corazón se dispara, se desquicia. Deja de oírlos pero escucha una respiración: Ahram se ha detenido a su espalda. Glauka se vuelve, se arrodilla e inclina la frente hasta que en su mirada sólo entran los pies del hombre.
- Así que te arrepientes…. Aún esperaba no tener que creerme tu vergüenza.
Glauka se pone en pie y mira de frente al hombre que, a su pesar primero, admirado después, percibe cuánta dignidad hay en ese gesto.
-Te equivocas. Vergüenza, ninguna. Arrepentirme, tampoco. Fuimos y sentimos como hijos de la vida.
-¡Hijos de perra!- se desata la furia por haberla admirado hace un instante. La sangre le ciega, le arrebata-. ¡Toma, para que sigas sintiendo!
La tremenda bofetada derriba sobre el cercano lecho a la mujer. La mano del hombre roza el pomo de su arma mientras ella le mira impávida; luego se vuelve hacia la alcándara donde cuelga una fusta: cambia el acero por el cuero. Pero de acero es esa mano cuando desgarra de un tirón la túnica femenina y a zarpazos deja el cuerpo desnudo, luminoso en su dulce color de miel. Ante esa carne, traspasada de ternura y piedad por su verdugo, Ahram vomita los peores insultos, entrecortados por una obsesionada pregunta:
-¿Qué te dio él que yo no tenga? ¡Si no es hombre siquiera, esa zorra de los muelles!









Glauka calla esperando el mordisco de los latigazos, pero el cuero no cae sobre ella. En cambio las enfurecidas manos, queriendo destruir la compasión visible en la mirada femenina, dan la vuelta al cuerpo tendido y lo ponen de bruces, las rodillas en el suelo, los brazos en cruz, la espalda vulnerable. La arrebatada sangre de Arham se enciende con esa visión y se agolpa en su sexo al contemplar las nalgas femeninas. Dos manos las apartan y Glauka siente el ariete endurecido tantear en su secreta entrada, encontrarla, y encularla brutalmente con un vaivén frenético, hiriente, ajeno a toda intención placentera, mientras la voz sigue agrediendo furiosa:
-¿Te daba esto que tragas, ese cerdo…? ¿Si no lo tiene! ¿Por qué lo hiciste con él?
“Porque no me daba esto, justamente por eso”, piensa la mujer mientras soporta el dolor de las embestidas. Las ha recibido peores en otros tiempos, más torpes y más brutales aún, pero no tan despiadadas, y se angustia, sobre todo, porque ese ariete degrada a Ahram más que a ella, golpea los cimientos de su amor… “No te destruyas, Ahram; no nos destruyas”, se repite mentalmente en su congoja. Estaba preparada para la muerte o para el perdón, para el látigo incluso, pero no para recibir esta prueba de odio. Cierra los ojos que le escuecen como si llorase sangre: ¡ese odio!... Es su corazón y no su cuerpo el roto, el desgarrado, el violado…

¿Odio? Tras su sacudida espalda oye otro desgarro, un gemido, un llanto de Ahram mientras la posee. Lo llama llanto porque no conoce palabra ninguna para esa desgarradura en la voz, ese quebranto de una garganta humana, ese estertor de cordero en degüello, esa erupción de sangre y no de voz, esa rajadura desde la boca a las entrañas, esa congoja ventral, ese inexpresable derrumbamiento de un hombre que, al fin, se derrama entregándose y deja desplomarse su pecho viril sobre la espalda de la hembra…








Sólo por un instante, pues el pecho se yergue como se le quemara esa suave piel. Ella, inmóvil, siente a Ahram dar dos pasos atrás, percibe en su carne el peso de la mirada que la escruta, registra el hondísimo dolor de la voz enternecida:
-Tú no, pero yo sí. Siento vergüenza de tu conducta, me arrepiento de mi blandura… La culpa es de la Roca; antes de aquella soledad os hubiera matado a los dos… Cargo con tu deshonra- ahora la voz es contenido sollozo-, pero no puedo verte. Vete… ¡Vete!
Glauka se levanta, se viste rápidamente otra túnica y mira un instante a Ahram. Impávida como antes, pero transida de silenciosa pena. Cuando ha llegado a la puerta oye de nuevo la voz turbada, murmurando:
-Quédate abajo. No vuelvas a subir, pero no traspases la cerca.
Glauka inclina la cabeza en silencio y baja lentamente la escalera. Al pie encuentra a una Eulodia desencajada, temblorosa:
-¡Señora! ¿Qué pasa? ¿Y el amo? ¿Ha…? Ese grito suyo…
Glauka comprende que la esclava no se ha atrevido a decir “muerto” y deniega con la cabeza. Eulodia continúa:
-Pero ese grito… ¡Nunca oí nada igual! ¿Está enfermo?
Glauka vuelve a negar, mientras piensa que algunos morimos en vida, como ella murió en aquella playa donde acabaron con su hija, y continuó muerta en el barco pirata. Pero no dice nada. Se sienta en el poyo de piedra, clava sus codos en sus rodillas mirando la pequeña llama del hogar, recordando las brasas que le quemaron los dedos en Psyra, recordando su vida. Oye la voz cariñosa:
-¡Temía tanto que te matara…! Los gentiles lo hacen pero Cristo perdonó el pecado.
Glauka hunde la frente en sus manos y, al fin, rompe en desgarradores sollozos, pensando que quizás el hombre sufriría menos si la hubiese matado. Sollozos que, sobre todo, son parte en el dolor de Ahram, la descarga de la tensión… Eulodia, sin comprender nada no se esfuerza por calmarla; intuye que ese llanto es necesario. Solamente murmura:
-Señora, el amo es bueno… Es bueno



Parte II. La sirena (262-270 d. J. C.)
Capitulo 26. La puerta -fragmento-



La vieja sirenaJosé Luis Sampedro





1 comentario:

Anónimo dijo...

uno de los mejores libros que he leido jamas...