martes, 12 de enero de 2010

Drencula









Me sacó de mi aturdimiento una sensación de ahogo y otro tipo de sensación, ésta completamente desconocida para mí. Mi pasado de soltero formal no me había preparado sin duda para semejante experiencia; al mismo tiempo que un peso que me pareció considerable se apoyaba sobre mi pecho, tenia la impresión de que mi sexo entero se encontraba sumergido en una caverna cálida y de una especial movilidad, y que, de esa excitación nueva para él, extraía un aumento de fuerza y de volumen totalmente anormal. Recuperando poco a poco la consciencia, me di cuenta de que mi nariz y mi boca se hallaban apresadas en un plumón elástico; un olor particular, algo aturdidor, llenaba las aletas de mi nariz y, al alzar las manos, me encontré con dos globos lisos y sedosos que se estremecieron al contacto y se irguieron un poco; fue en ese instante cuando, percibiendo una cierta humedad sobre mi labio superior, comencé a lamer y mi lengua penetró en una hendidura carnosa y ardiente que al momento emprendió una larga serie de contracciones. Sorbía el jugo suculento que ahora me corría por la boca cuando me di cuenta de que alguien se había tendido a lo largo sobre mi cuerpo y, pies contra cabeza, royéndome el sexo, mientras que yo, del otro lado, le devolvía el favor; yo, David Benson, estaba mordisqueando el órgano de otra criatura y ello me proporcionaba un placer extremo.
Lo que acababa de comprobar me sorprendió en el momento en que, en medio de un violento arrebato, deje escapar una gran cantidad de esperma, tragado nada más salir. Al mismo tiempo, los muslos que me apresaban la cabeza se tensaron; hice lo que pude, metiendo y sacando la lengua tan de prisa como podía, y absorbí todo lo que pude extraer del cáliz exasperado que danzaba sobre mi boca. Mis manos no permanecían inactivas, recorriendo, de arriba abajo el surco perfumado en la que mi nariz buscaba un aroma afrodisíaco; mis dedos penetraban por momentos en una fosa distinta y de más difícil acceso.


- Estoy perdido –pensé-. El conde es un vampiro y esta persona está a su servicio. Yo mismo me estoy volviendo vampiro…


En ese instante, la criatura empujó su culo un poco más contra mi nariz y noté que venía al asalto de mi mentón un bulto peludo y duro. Palpando el objeto, reconocí que se prolongaba en un miembro rígido y turgente que se debatía para meterse en mi boca.










- Sueño –pensé-. Los dos sexos no pueden reunirse en una misma persona.

Y como hay que aprovechar los sueños para acrecentar la experiencia, chupé el miembro lo mejor que pude, llevando la lengua hasta el paladar para que recorriese el surco que divide en dos el glande, pues quería llevar hasta el final mis indagaciones topográficas. La actividad del vampiro continuaba alrededor de mi vientre y, sin saber cómo, ayudado sin duda por un repliegue que debí efectuar sin darme cuenta, me lamía los bordes del trasero con una lengua puntiaguda y móvil como una cabeza de serpiente. Mi ablandada verga recuperó vigor con su contacto.
Un último estirón del tallo que chupaba con avidez me advirtió de un cambio repentino y pronto tuve la boca llena de cinco o seis chorros de un sabroso esperma cuyo sabor de colada se transformaba con rapidez en un discreto y trufado aroma. Antes de que tuviese tiempo de tragarlo todo, el vampiro hizo un rápido giro y su boca se pegó contra la mía, hurgando en mis encías y en mi garganta para los restos que allí quedaban aún. Al tiempo, mi sexo invadía un boquete tórrido y suave, mientras una mano ligera, desplazada hasta las inmediaciones de mi ano, hacía penetrar en él un falo todavía tímido pero que se endurecía de sacudida en sacudida, enloqueciéndome con los más vivos e inesperados arrebatos.
Esforzándome por recobrar la lucidez, tuve tiempo de pensar que tenía que tratarse forzosamente de un sueño, puesto que la vagina que, en el minuto antes, se abría entre el ano y los testículos, se encontraba ahora por encima de la verga, y yo seguía sacando provecho de ello. La bestia me recorría la cara con lengüetazos rápidos y fugaces, junto a los ojos, las orejas y las sienes, partes que nunca hubiese imaginado tan sensibles. Tenía ganas de ver a aquella criatura, pero los fulgores moribundos del fuego apenas me permitían distinguir una parte de su sombra, que se recortaba a contraluz sobre el rojo apagado del hogar.










Pero a estas reflexiones puso fin una nueva oleada de goce que se apodero de mi, y arrojé un río de licor al fondo del torno que me atenazaba el miembro, mientras sentía en lo más profundo de mis entrañas, esparcirse el de mi súcubo. Crispando mis manos sobre unos pechos tan puntiagudos y duros que sentía sus pezones perforar mi carne, me desmayé, agotado por unas impresiones tan terribles y tan fuertes.




Drencula. Extractos del diario de David Benson -fragmento-




Boris Vian: Escritos pornográficos.
Barcelona, Mascarón, 1981. Traducción de Manuel Prieto y Francisco J. Farré.





*Fotografías: Xharay Navarro




No hay comentarios: