Bajo los golpes del Gurú, la Cosa enmudeció. Había nacido un nuevo sistema sexual: "Marianne", la esclava, y "Françoise", la dominadora.
"La Estrella" era alto. Sus azulados ojos de acero me traspasaban. Después de una noche febril, cuando MARIANNE se disponía a regresar a casa en su coche, la Estrella se inclinó sobre la ventanilla: "Me he fijado en ti, me gustas. Tengo ganas de pegarte".
Ella aceptó. Fue a su casa. El la abofeteó. La bestializó. Los ojos se le salían de las órbitas. Su violencia era fría y mecánica; sus movimientos, carentes de sensualidad. Cuanto más le pedía MARIANNE que se detuviera, más se excitaba La Estrella. MARIANNE no sintió miedo en ningún instante, pero una especie de rechazo, por no decir de repugnancia, la decidió a huir.
En pocos minutos, él había roto el delirio cerebral. Nada que ver con el Gurú, que combinaba ternura y sensualidad con la fuerza de sus manos y de su látigo.
Recogió su ropa y se fue, convencida de que jamás olvidaría aquel gélido rostro.
Ella aceptó. Fue a su casa. El la abofeteó. La bestializó. Los ojos se le salían de las órbitas. Su violencia era fría y mecánica; sus movimientos, carentes de sensualidad. Cuanto más le pedía MARIANNE que se detuviera, más se excitaba La Estrella. MARIANNE no sintió miedo en ningún instante, pero una especie de rechazo, por no decir de repugnancia, la decidió a huir.
En pocos minutos, él había roto el delirio cerebral. Nada que ver con el Gurú, que combinaba ternura y sensualidad con la fuerza de sus manos y de su látigo.
Recogió su ropa y se fue, convencida de que jamás olvidaría aquel gélido rostro.
El ama. Memorias de una dominadora
Annick Foucault
*Fotografías: Magenta
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