sábado, 25 de septiembre de 2010

dime quién soy I














Pág. 20-23

[…]

- Estás muy bien vestida; mayor será el placer de desnudarte. Lucette, quítale los zapatos y las medias a la Señora.
Lucette se arrodilla, me descalza, levanta mi vestido por encima de los muslos, con el fin de descubrir las ligas; mi carne desnuda lleva, en purpura, la marca de una férula de la goma; tengo la boca seca; me estremezco. Unas manos me quitan las medias y después las enrollan despacio, una tras la otra. Cada vez que me rozan, reacciono. Ya estoy descalza; querría ponerme las manos sobre los muslos, pero me ordenan dejarlas caer a cada lado del sillón.

- ¿Te han azotado cuando eras pequeña?

- ¡Jamás!

- ¿Ni tan siquiera cuando eras pequeña?

- ¡Jamás!

- ¡Qué interesante! Será una experiencia extremadamente perturbadora recibir el primer azote a los treinta años. Un día me lo agradecerás. Tus pies son finos y cuidados. A veces las burguesas no se cuidan. La próxima vez vendrás sin medias y con sandalias.












Me sobresalto:

- ¿Cómo, la próxima vez?

- Sí, pasado mañana, a la misma hora.

- No me atormente así, se lo suplico. Seré dócil, pero no me obligue a regresar.

- Hace un mes que practicas el adulterio. Te recibiré durante un mes, cada dos días, y después serás libre, te doy mi palabra. De modo que, la próxima vez, ven descalza y con sandalias.

- ¡Tenga piedad!

- No es piedad lo que debes solicitar, sino severidad.

No insisto. Prescindiré de su piedad, porque no volveré a ponerme en la boca del lobo. Si he suplicado, ha sido por disimular. Que actúen rápido y ya no quedarán sino mi vergüenza y mi resolución.












Lucette ha colocado un taburete de madera blanca junto a mi sillón. Me ordenan ponerme de pie; me quitan el cinturón; siento deslizarse por mi espalda la cremallera; me sacan el vestido por abajo. Se advierte que mi braga es demasiado sucinta y excesivamente transparente, que, así, el acto de sacármela se vuelve demasiado simple y que habrá que cambiar todo eso. Me desnudan el pecho, algo abundante, pero de forma y aspecto “impecables”, por lo cual me felicitan.

- Ahora, nos darás tu espalda, te inclinaras para exhibir tu grupa y destaparás lentamente el lugar del castigo.

Al parecer, he ido demasiado rápido. Me invitan a volver a empezar la operación del despelote. Lo hago sin contestar, confusa.

A partir de aquí, me es imposible contarlo todo con detalle. No narraré más que lo esencial de mis humillaciones.

Heme aquí desnuda sobre el taburete de madera blanca. Me han atado las manos; las tengo en la espalda, fuertemente sujetas, con las palmas hacia fuera. Comprendo que, de este modo, me será imposible bajarlas para proteger mis muslos.

- Arriba el pecho, levanta la cabeza.

Es la orden que he recibido. Se me advierte que la espera no será larga, que ha llegado el momento de la prueba, y me explican en qué consistirá esta prueba.

- Serás azotada como una niña, luego marcada en las nalgas y muslos con seis golpes de gato de doce colas, y mañana tu amante comprobará que has sido azotada.















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