miércoles, 8 de septiembre de 2010

El verdugo y Clara I





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El arte no consiste en matar a muchos, degollar, masacrar, exterminar en bloque… Eso es, en verdad, demasiado fácil… El arte consiste en saber matar según los ritos de la belleza cuyo divino secreto sólo conocemos los chinos.













¡Saber matar! Nada es más difícil. ¡Saber matar! Es decir, trabajar la carne humana como un escultor su pedazo de barro o marfil; extraer de él todos los prodigios de sufrimiento que encierra en el fondo de sus tinieblas y sus misterios… Para eso hace falta ciencia, variedad, elegancia; en fin, genio. Pero hoy todo se está perdiendo. El esnobismo occidental que nos invade, los acorazados, los cañones de tiro ultra rápido, los fusiles de largo alcance, las bombas, la electricidad… ¿Qué sé yo?, todo lo que hace la muerte colectiva, administrativa y burocrática, todas las asquerosidades de vuestro progreso, están destruyendo todas nuestras hermosas tradiciones del pasado… Solamente en este jardín han sido preservadas todavía. ¡Cuántas dificultades! ¡Qué luchas continuas! ¡Ay, siento que esto ya se está terminando…! Hemos sido vencidos por unos mediocres, y es el espíritu burgués el que campea por todas partes.
Su fisonomía tuvo entonces una singular expresión de melancolía y de orgullo a la vez, al mismo tiempo que sus gestos revelaron un profundo cansancio.












Y sin embrago –dijo-, el que le está hablando a usted, milady…, sí, yo no soy un cualquiera; puedo enorgullecerme de haber trabajado toda mi vida con desinterés a la mayor gloria de nuestro Imperio. Yo he sido siempre -¡y con mucho!- el primero en todos los concursos de tortura. Yo he inventado –créame usted-, cosas verdaderamente sublimes, suplicios admirables que, en otros tiempos y bajo otra dinastía, me hubieran valido la fortuna y la inmortalidad. Pues bien, ahora nadie me hace caso. Nadie me comprende. Digamos, incluso, que me desprecia. ¿Qué quiere usted?, hoy el genio apenas cuenta; nadie le concede la menor importancia. ¡Es para descorazonarse! ¡Pobre China, otrora tan artista y tan ilustrada…! ¡Ah, me temo que está en su punto para ser conquistada!

Con un gesto pesimista y desolado, tomó a Clara por testigo de esta decadencia, y sus guiños llegaron a un punto inefable.

¿No es para echarse a llorar? Yo, soy yo, sí, quien ha inventado el suplicio de la rata. ¡Qué los genios me coman el hígado y me retuerzan los testículos, si no he sido yo! ¡Qué extraordinario suplicio, milady! En él habia un poco de todo: originalidad, folclore, psicología, y ciencia del dolor. Y, por encima de todo era, además, infinitamente cómico. Se inspiraba en aquella vieja alegría china que hoy en día ha sido olvidada… Pues, vea usted, han renunciado a él; mejor dicho, ya no les gusta… Y, sin embargo, los tres ensayos que hicimos delante de los jueces tuvieron un éxito colosal.
Como no teníamos aspecto de tenerle lástima sino de irritación más bien, el verdugo repitió, subrayando las palabras:
¡Co-lo-sal!








*Fotografías: Deviantart

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