(...)
"Mi hermoso rumano:
“¿Qué es de ti? Debes haberte repuesto de tus fatigas. Pero recuerda lo que me dijiste: Si no hago el amor veinte veces seguidas, que once mil vergas me castiguen. No lo hiciste veinte veces, peor para ti.”
“El otro día fuiste recibido en el picadero de Alexine, en la calle Duphot. Ahora que te conocemos, puedes venir a mi casa. No puedes ir a casa de Alexine. No puede recibirme ni siquiera a mí. Por eso tiene un picadero. Su senador es demasiado celoso. A mí me da lo mismo; mi amante es explorador, debe estar a punto de enfilar perlas con las negras de Costa de Marfil. Puedes venir a mi casa, el 214 de la calle de Prony. Te esperamos a las cuatro.”
Culculine d'Ancóne.”
Tan pronto leyó esta carta, el príncipe miró la hora. Eran las once de la mañana. Llamó para hacer subir al masajista que le masajeó y le enculó limpiamente. Esta sesión le vivificó. Tomó un baño y se sentía fresco y dispuesto al llamar al peluquero que le peinó y le enculó artísticamente. El pedicuro-manicura subió inmediatamente. Le hizo las uñas y le enculó vigorosamente. El príncipe, entonces, se sintió completamente a gusto. Bajó a los bulevares, desayunó copiosamente, luego tomó un fiacre que le condujo a la calle de Prony. Era un hotelito, habitado exclusivamente por Culculine. Una vieja sirvienta le franqueó la entrada. La habitación estaba amueblada con un gusto exquisito.
Enseguida le hicieron entrar en un dormitorio cuya cama, muy baja y de cobre, era enorme. El entarimado estaba cubierto con pieles de animales que ahogaban el ruido de las pisadas. El príncipe se desvistió rápidamente y quedó completamente desnudo cuando entraron Alexine y Culculine enfundadas en unos maravillosos deshabillés. Se echaron a reír y lo besaron. El empezó por sentarse, luego colocó a cada una de las muchachas encima de una de sus piernas, pero lo hizo levantándoles la falda, de manera que ellas permanecían decentemente vestidas y él sentía sus culos desnudos sobre los muslos. Luego empezó a masturbar a cada una con una mano, mientras ellas le cosquilleaban el miembro. Cuando sintió que estaban completamente excitadas les dijo:
–Ahora vamos a dar clase.
Las hizo sentar en una silla enfrente suyo y, después de reflexionar un instante, les dijo:
–Señoritas, acabo de notar que no llevan bragas. Deberían avergonzarse. Corran a ponerse una.
Cuando volvieron, comenzó la clase.
–Señorita Alexine Mangetout, ¿cómo se llama el rey de Italia?
–Si crees que me importa, ¡no tengo ni idea! –dijo Alexine.
–Tiéndase en la cama –gritó el profesor.
La hizo colocar de rodillas y de espaldas sobre la cama, le hizo levantar las faldas y abrir la raja de los calzones de los que emergieron los globos radiantes de blancura de las nalgas. Entonces empezó a golpearlas con la palma de la mano; pronto el trasero empezó a enrojecer. Esto excitaba a Alexine que hacía muy buen culo, pero enseguida el mismo príncipe no pudo contenerse. Pasando sus manos alrededor del busto de la joven, le agarró los pechos por debajo del peinador, luego haciendo descender una mano, le acarició el clítoris y notó lo mojado que tenía el coño.
Las manos de ella no permanecían inactivas; habían agarrado el miembro del príncipe conduciéndolo por el angosto sendero de Sodoma. Alexine se inclinaba para que su culo sobresaliera mejor y para facilitar la entrada a la verga de Mony.
El glande estuvo dentro muy pronto, el resto le siguió y los testículos iban a pegar contra la base de las nalgas de la joven. Culculine, que se aburría, también se echó sobre la cama y lamió el coño de Alexine que, festejada por los dos lados, gozaba hasta llorar. Su cuerpo sacudido por la voluptuosidad se retorcía como si estuviera sufriendo atrozmente. Estertores voluptuosos se escapaban de su garganta. El enorme instrumento le llenaba el culo y yendo hacia delante y hacia atrás, chocaba contra la membrana que lo separaba de la lengua de Culculine que recogía el líquido provocado por este pasatiempo. El vientre de Mony embestía el culo de Alexine. Luego el príncipe culeó más deprisa.
Empezó a morder el cuello de Alexine. El miembro se hinchó. Alexine no pudo soportar tanta felicidad; se dejó caer sobre la cara de Culculine que no cesó en sus lámeteos, mientras que el príncipe la seguía en su caída, la verga introducida en su culo. Unas arremetidas más, luego Mony soltó su semen. Ella permaneció tendida en la cama mientras Mony iba a lavarse y Culculine se levantaba para orinar. Ella tomó un cubo, se sentó a horcajadas en él, las piernas muy separadas, se levantó la falda y orinó copiosamente, luego, para quitarse las ultimas gotas que habían quedado entre los pelos, soltó un pedo pequeño, tierno y discreto que excitó considerablemente a Mony.
–¡Cágate en mis manos, cágate en mis manos! –exclamaba.
Primero ancha, luego estrechándose y haciéndose más profunda a medida que aumentaba el espesor de las nalgas; se llegaba así hasta el orificio obscuro y redondo, completamente arrugado. Los primeros esfuerzos de la joven consiguieron dilatar el agujero del culo y hacer salir un poco de la piel lisa y rosada que se encuentra en su interior y que parece un labio remangado.
–¡Caga ya! –gritaba Mony.
Enseguida apareció una puntita de mierda, picuda e insignificante, que mostró la cabeza y se retiró inmediatamente a su caverna. Seguidamente reapareció, seguida lenta y majestuosamente por el resto del salchichón que constituía uno de los más bellos cagajones que un intestino haya producido jamás.
La mierda salía untuosa e ininterrumpidamente, hilada con cuidado como un cable de navio. Oscilaba graciosamente entre las bellas nalgas que se separaban cada vez más. Pronto se balanceó más briosamente. El culo se dilató aún más, se agitó un poco y la mierda cayó, caliente y humeante toda ella, en las manos de Mony que se tendían para recibirla. Entonces él grito: “ ¡No te muevas! “, y, agachándose, le lamió cuidadosamente el orificio del culo, amasando el cagajón con sus manos. Luego lo aplastó con voluptuosidad y se embadurnó todo el cuerpo con él. Culculine se desvestía para imitar a Alexine que se había desnudado y mostraba a Mony su voluminoso y transparente culo de rubia: “ ¡Cágame encima! “, gritó Mony a Alexine arrojándose al suelo. Ella se acuclilló encima, pero no del todo. El podía gozar del espectáculo que ofrecía su ano. Los primeros esfuerzos consiguieron hacer salir un poco del semen que Mony había depositado allí; luego salió la mierda, amarilla y blanda, que cayó en varias veces y, como ella reía y se meneaba, la mierda se desparramaba por todo el cuerpo de Mony que pronto tuvo el vientre adornado con muchas de estas fragantes babosas.
Al mismo tiempo Alexine había orinado y el chorro, muy caliente, al caer sobre el miembro de Mony, había despertado sus instintos animales. Poco a poco el pendolón se iba irguiendo, hinchándose hasta que, alcanzado su volumen normal, el glande se atirantó, colorado como una enorme ciruela, ante los ojos de la joven que, acercándose, se agachó cada vez más, haciendo penetrar la verga en erección por entre los bordes peludos del coño ampliamente abierto. Mony gozaba con el espectáculo. El culo de Alexine, al descender, mostraba cada vez más a las claras su apetitosa rotundidad. Sus escalofriantes redondeces imponían y la separación de las nalgas se acusaba cada vez más. Cuando el culo hubo descendido completamente, cuando el miembro fue totalmente engullido, el culo se levantó de nuevo y comenzó un bonito movimiento de vaivén que modificaba su volumen en proporciones notables, y era un espectáculo delicioso. Mony, lleno de mierda, gozaba profundamente: al cabo de poco tiempo sintió como se apretaba la vagina y Alexine dijo con voz estrangulada:
–¡Puerco, ya viene... estoy gozando!
Su lengua no tardó en introducirse allí dentro, luego animado por un furor voluptuoso, empezó a morder la nalga derecha. La joven lanzó un grito de dolor. Los dientes habían penetrado en su carne y la sangre roja y fresca vino a aliviar el gaznate reseco de Mony. La bebió a lengüetadas, apreciando su sabor de hierro ligeramente salado. En este momento los saltos de Culculine eran ya completamente incontrolados. Sus ojos estaban en blanco. Su boca, manchada por la mierda acumulada sobre el cuerpo de Mony. Lanzó un gemido y descargó al mismo tiempo que Mony. Alexine cayó sobre ellos, agonizante y rechinando los dientes, y Mony que colocó la boca en su coño no tuvo que dar más que dos o tres lengüetazos para obtener una descarga. Luego, tras algunos sobresaltos, los nervios se relajaron y el trío se tendió sobre la mierda, la sangre y el semen. Se durmieron sin darse cuenta y se despertaron cuando las doce campanadas de medianoche sonaron en el reloj de péndulo de la habitación.
Las once mil vergas
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Fue el primero en utilizar los términos surrealismo y surrealista. Empleó esta palabra en 1917, con motivo del estreno de su obra de teatro "Las tetas de Tiresias". Obra que calificó como un "drama surrealista", que pretendía expresar una forma de ver la realidad, porque no le servía ningún otro. Sus palabras fueron: «Cuando el hombre quiso imitar el andar, creó la rueda, que no se parece en nada a una pierna. Así hizo surrealismo sin saberlo». Breton en su Manifiesto de 1924, recuperó el vocablo.
*Fotografias: J.A.M Montoya
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