jueves, 3 de junio de 2010

Hermanas I














Durante los primeros años de mi existencia llevé una vida de sosegada clausura. Y era completamente feliz. Tenía mi propio paraíso. Todo estaba al alcance de la mano. Mis nocturnas excursiones subterráneas me permitían desplazarme a todas las bibliotecas de París y devorar los más exóticos libros escritos en lenguas lejanas que aprendía descifrar. No necesitaba de la presencia de nadie. Sin embargo, al llegar a la edad de ser mujer, una cosa espantosa iba a suceder en mi vida.
De la noche a la mañana, con la misma súbita premura con que el gusano se convierte en mariposa, algo terrible iba a cambiar en mí. Inesperadamente me vería obligada a abandonar la feliz y completa soledad en la que tan a gusto me sentía para tener que depender de la ingrata existencia de mis "semejantes". El mismo día en que me convertí en mujer, me invadió una perentoria, urgente e impostergable necesidad de conocer –en el más puro sentido bíblico– a un hombre. No eran aquellos arrebatos de excitación que tan a menudo me sobrecogían; no se trataba de las frecuentes humedades bajas que ciertas lecturas solían provocarme. En última instancia, sabía perfectamente bien cómo prodigarme íntimo consuelo. Podía arreglármelas sola y, realmente, prefería mis propias y puntuales caricias –nadie podía conocer mi anatomía mejor que yo– a la idea de que un hombre pudiera tocarme. Pero esto era completamente nuevo y de una naturaleza puramente fisiológica: si tuviese que comparar mi estado de necesidad con algún requerimiento físico, me vería tentada a hacerlo con el hambre y la sed. Sentía que, de no mediarla presencia de un hombre, moriría igual que si dejase de comer o de beber agua. Y en efecto, el curso de los días me iba a demostrar que esta última no era una metáfora. Mi salud se deterioró hasta tal punto que me vi sumida en un estado de postración que me impedía, casi, moverme. Como ya lo habréis de suponer, el estado de salud de mis hermanas corría la misma suerte que el mío y, conforme mi agonía avanzaba, la vida en ellas se iba apagando en la misma proporción.






No hay comentarios: