domingo, 27 de junio de 2010

Suguro IV





-Es amiga de Suguro sensei, ¿verdad?
-Bueno, yo no diría que seamos amigos –respondió ella con sorprendente familiaridad-. Algunas veces he tomado unas copas con él.
Kobari comprendió que “quizás esta vez” era ahora. Al contrario que la pintora a quien había interrogado tras la recepción, esta mujer no parecía ponerse en guardia; incluso mostraba una sonrisa en sus ojos tras las gafas de montura redonda.











-¿Ah, sí? Entonces es la persona de que me habló el sensei.
A partir de allí, el engranaje empezó a funcionar con suavidad, como el de una máquina recién engrasada.
-¿Es usted amigo del sensei? ¿Cómo sabe que yo lo conozco?
-Me dijo que usted llevaba gafas y tenía la cara rechoncha –mintió Kobari, pero ella no mostró la menor muestra de suspicacia-. Es pintura, ¿verdad? ¿Por qué no vamos a algún sitio a tomar un té?
-¿Té? –dijo la mujer con una risilla-. ¿Así que es usted bebedor de té?
-El sake también me va. Si lo prefiere
-Tomaré algo con usted, pero me conformaré con un té.
En aquella calle, la manera en que los hombres abordaban a las mujeres y en que éstas aceptaban sus proposiciones tenía siempre aquel cariz. Cuando tomaron asiento en la barra de la cafetería, antes incluso de pedir el té, Kobari preguntó:
-Así pues… ¿es a usted a quien el sensei permitió pintar su retrato?
-Sí, señor –dijo con una confiada sonrisa tras los cristales-. Yo soy.
-Y había otra mujer con usted cuando lo hizo, ¿no es cierto?
-¿Se refiere a Hina? Sí, estaba allí.
-Es lo que me dijo el sensei. Dijo que estaba borracho.
-¿De verdad? ¿Eso dijo? Yo no pensaba que lo estuviera en absoluto.
-Bien, en todo caso, él permitió que usted le hiciera un apunte, ¿no es eso?

-En realidad no vino directamente a pedírmelo. Le saqué una especie de apunte mientras hablábamos en el hotel. Llevaba mi bloc de apuntes porque Hina y yo habíamos acudido esa noche a la calle Sakura para tratar de sacar algún dinero haciendo retratos.










La palabra “hotel” no pasó desapercibida a Kobari. Así pues, Suguro había ido a un hotel con las dos mujeres.
-¿Qué hizo el sensei en el hotel?
-Al principio habló mucho. Después de todo, es un escritor. Y tiene tanta percepción…
-¿Por qué dice eso?
-Sólo con mirarme supo que soy masoquista. ¿Le importa si pido sake?
Hizo el comentario despreocupadamente, como si estuviera hablando de su gusto por los volantes de encaje. Kobari le dirigió una mirada atrevida, pero ella mantuvo la misma expresión amistosa tras las gafas, sin el menor asomo de la tendencia morbosa, masoquista, que había reconocido poseer.
-No he entendido su nombre. Yo me llamo Kobari.
-Soy Itoi Motoko. Estoy encantada de conocerle –respondió ella alegremente, como si fuera un famoso de televisión-. Soy una pintora nueva y prometedora. Y para ganarme el pan pinto retratos por las esquinas.











-Entonces… ¿el sensei supo detectar que era masoquista?
-En efecto. Dijo que nos había invitado al hotel por esa razón. Quería vernos a Hina y a mi haciendo el amor.
-¿Y…? –Kobari tragó saliva con dificultad.- ¿Lo hicieron?
-Claro. No hay para tanto. Es sólo una cuestión de preferencias. Y fue muy espléndido al pagarnos.
-Entonces, ¿lo único que hizo fue mirar?
-Bueno, la segunda vez se unió a nosotras.
-¿Se desnudó…?
-¿Conoce a alguien que haga el amor vestido? –replicó ella con una nueva risilla-. ¿Conserva usted la ropa cuando duerme con una mujer? Si lo hace, seguro que tiene algún tipo de complejo.
-De modo que Suguro se desnudó… Pero el cuerpo de un viejo debe ser repulsivo.
-Es cierto. No es como los jóvenes. Tiene manchas en algunas partes, su piel está reseca y el vientre le sobresale… Y huele
-¿Huele mal?
-Bueno, no huele mal, exactamente, pero tiene el olor de un viejo. Como el olor de un cementerio. O como cuando se enciende incienso. Pero su feo cuerpo me excitó de verdad.
Mientras hablaba, sus ojos se cerraron hasta convertirse en dos finas líneas tras las gafas. Era capaz de decir con total serenidad las cosas más desconcertantes por aquellos labios sonrientes.












-¿Por qué? –preguntó Kobari, incrédulo.
-No sé por qué. Cuando estaba en la escuela, soñé que me acostaba con un hombre muy feo. Pero cuando desperté del sueño no sentí el menor desagrado. De hecho, la idea me excitó. Fue maravillosos cuando el sensei me sujetó y me cubrió con su saliva y cuando finalmente me estranguló… Fue tan maravilloso que creí morir de felicidad allí mismo. Y todo porque su cuerpo es tan feo.
-No puedo entender esa manera de pensar.
-Lo siento por usted. ¿Es que sólo utiliza la postura del misionero cuando se acuesta con una mujer? El sexo es extraordinariamente profundo, señor. Entran en ebullición sensaciones de todo tipo procedentes de lo más profundo del cuerpo. Es como una rara música nueva.

Mientras escuchaba, Kobari se sintió abrumado por la depravación de la mujer. En sus esquemas, un pervertido era asimilable a un loco o a un criminal, alguien con una cara oscura y detestable que debía ocultar a los demás. Inexplicablemente, un escritor cristiano había entrado a formar parte de ese mundo y se había entregado a actos degenerados con aquellas mujeres.

-El sensei dijo lo mismo –continuó la mujer-. Estábamos hablando los tres después de terminar y le pregunté por qué razón creía que me gusta lo feo. Dijo que en el corazón de los hombres había enterrado un misterio irracional. La razón dice que la gente debe encontrar placer en las cosas hermosas, pero de hecho podemos encontrar belleza en la fealdad y embriagarnos con ella. Eso fue lo que dijo el sensei. ¿No cree que tiene razón?
Kobari se resistió.










-Debe de ser una sensación que sólo comparte un puñado de gente.
-Pero incluso usted posee ese instinto básico. Según Suguro sensei.Todas las personas sienten placer en la depravación. Así de insondable es el corazón humano. Hina y yo estuvimos totalmente de acuerdo con él.



pág. 72-76






Fotografías: Karen Hsiao


Suguro I - II - III







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