viernes, 9 de julio de 2010

El abismo IV















El Mirón Reclutador

La moda sadomasoquista ha engendrado muchas falsificaciones que exasperan a los puristas. La emoción no puede aprenderse. Es onírica, y procede de un lejano viaje; de las profundidades de nuestro inconsciente. Cuando eso ocurre, no existe ya ningún estereotipo. Ya no hay ley. Sólo un arte. Un masoquista no se doblega a los caprichos desconsiderados de los farsantes.
No es difícil reconocer a los pequeños esnobs del sadomasoquismo, y sus juegos proceden casi siempre de Historia de O: se exhiben en las veladas organizadas, o en cualquier cervecería parisiense, con su perro o su perra atados de la correa.
El conformismo existe en la marginalidad. Es la peor aventura que podría ocurrimos. Por desgracia, este proceder no siempre es del mejor gusto; a veces resulta peligroso, y con mucha frecuencia se guía por el desconocimiento.
Yo he sido probablemente la primera ama que ha utilizado el minitel. En esa época, Marianne seguía buscando un Amo con el que establecer una relación estable y sincera.










El primer Amo era un cerebral obsceno. Ella acudió a su casa como una sonámbula. Desafortunadamente, no funcionó. Pero él, el dominador, se convirtió en mi compañero de vicios, y decidimos que sería "el Mirón Reclutador". Marianne se dejaría dominar por otros en su casa.



El Quebrantador

Dos días después, Marianne conoció al "Quebrantador". Tenía un aspecto muy trivial. Buscaba una esclava para una relación prolongada.
El Quebrantador se había presentado a través de una pareja muy simpática, descubierta en el minitel. Marianne se entregó a él con los ojos cerrados. Jamás se había tropezado con tanta falta de sensualidad, tanta frialdad, tanta torpeza obscena. Marianne se dejó atar. Ni por un solo instante el Quebrantador la tuvo en cuenta. La ató a la barra de la cortina con unos cordeles cortantes, y muy tirantes, que la obligaban a permanecer de puntillas. Le colocó unas pinzas dolorosas en los senos, "pinzas cocodrilo", llamadas así por sus bordes dentados, en lugar de ser de caucho. Sólo se utilizan cuando la sesión llega a su paroxismo, cuando se conoce perfectamente a la pareja y se sabe que puede soportarlas, y que él, o ella, no caerá en el sufrimiento psíquico.'

El vocabulario del sadomasoquismo debe manejarse con sumo cuidado. Aunque la palabra "sufrimiento" pueda utilizarse en el diálogo erótico tanto por el masoquista como por el sádico como una palabra "sublimada", yo considero que el sufrimiento real en la relación sadomasoquista es el resultado negativo de esta relación.














Al final, Marianne, que había soñado con el látigo en los riñones y la espalda, recibió golpes a diestro y siniestro. Incluso su rostro fue castigado por los azotes.
Un consolador anal colocado brutalmente, sin la menor preparación, le desgarraba las venas. Y, de repente, lo que habría podido resultar sublime se convirtió simplemente en algo grotesco.

El amo piensa exclusivamente en su placer personal. No sabe distinguir entre los gritos de dolor y los gritos de placer... El que no entiende esto, y no sabe escuchar un cuerpo, una respiración, confunde intelectualismo con recetas. Si bien las mezclas dolor-placer son embriagadoras, el sufrimiento nada tiene que ver con esta clase de relaciones. El sufrimiento sobreviene cuando la progresiva excitación se quiebra debido a un dolor demasiado agudo, mal dirigido.
En ocasiones la concentración del amo permite esa atención, esa escucha indispensable. Algunos amos proponen unas consignas para que se pronuncien cuando se desee no seguir adelante; aunque sean una señal evidente de falta de atención, por lo menos sirven para evitar el quebranto.










Marianne salió quebrantada de esta relación y se hizo una promesa: se acabó el masoquismo.



I - II - III




El ama. Memorias de una dominadora
Annick Foucault








*Fotografías: Nikola Tamindzic - home of the vain

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