jueves, 9 de octubre de 2008

Nawa Shibari III











Sobre el Pont des Arts, varias parejas se abrazan, a pocos metros unas de otras. Lambert camina por el centro del puente. Se detiene. El río baja rápido y silencioso. Un joven delgado vestido con traje de pana aprieta a una chica menuda y morena contra la barandilla. Tiene la cara hundida en su escote. Ella vuelve la cabeza hacia Lambert. La pintura roja de sus labios está corrida y mancha su mejilla. La joven enreda los dedos en el pelo de su amante, y entre los mechones rubios deja ver sus uñas pintadas de negro.

Lambert ve a lo lejos las caras iluminadas del Pont Neuf con sus ojos saltones y sus bocas retorcidas. Echa a andar por la orilla del río. Solo se oye el ruido de sus pasos.

Llega hasta la Place Saint-Michel y se deja caer junto a la fuente. Mete la cabeza en el agua. Uno de los dragones de alas curvadas vomita un chorro que le golpea en la nuca una y otra vez. Lambert saca la cabeza y deja que caiga sobre su cara. Tose, traga agua agua. Se aparta y mientras jadea para recobrar el aliento mira la estatua gris del dragón. El agua sucia que salpica dentro y fuera de la fuente tiene el color del té cargado. En el suelo, las páginas de un ejemplar de Le Monde se revuelven, empapadas. Lambert se levanta y lo recoge. Empieza a caminar.

Cuando Lambert entra de nuevo en la casa, el gramófono y Édith Piaf están en silencio. Sube las escaleras. La puerta del apartamento está abierta. No hay luz en el pasillo pero al fondo del corredor se ve el salón iluminado. Lambert avanza hasta detenerse bajo el dintel. Sobre la mesita hay una tetera humeante y dos cuencos. La alfombra persa está extendida con sus flecos perfectamente alineados. Hay un hueco en la escayola del techo. El maestro lleva el mismo traje gris y los mismos zapatos negros. Hace una leve inclinación de cabeza. Lambert observa sus manos oscuras y las venas marcadas en el dorso, que palpitan. Las manos de Lambert tiemblan, lo mismo que sus brazos y su torso empapado. La camisa se le pega al cuerpo y deja entrever la sombra del vello y la curva de las costillas.

El maestro se acerca al aparador y coge un rollo de cuerda. Lambert se quita los zapatos, la camisa y el resto de la ropa. Lo deja todo en el suelo, en un pequeño montón y, encima, el periódico mojado. Desnudo, camina hacia el maestro hasta que sus pies tocan la alfombra de seda. El maestro desenrolla la cuerda y exclama una orden. Lambert extiende los brazos.




Paula Lapido (Madrid, 1975)




*Fotografía: Katrine Neoromantika






Non, je ne regrette rien -Edith Piaf-




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