jueves, 23 de octubre de 2008

Venganza










Le cogió el mentón con más fuerza y ella se soltó girando la cabeza.
- Quiero mi dinero. ¿Qué quieres que haga?
- Tú sabes muy bien lo que a mí me gusta.
La cogió del hombro y tiró de ella en dirección a la cama.
- Espera- dijo Lisbeth Salander rápidamente.
Ella le devolvió una mirada resignada y luego asintió. Se quitó la mochila y la cazadora de cuero con tachuelas y mió a su alrededor. Puso la chupa de cuero sobre la silla de rejilla, colocó la mochila encima de la mesa y dio unos tímidos pasos hacia la cama. Luego se paró, como si se lo estuviera pensando. Bjurman se acercó.
- Espera – dijo ella de nuevo, esta vez como intentando convencerlo y hacerle entrar en razón-. No quiero chupártela cada vez que necesite dinero.




A Bjurman le cambió la cara. De pronto, le dio una bofetada con la palma de la mano. Salander abrió los ojos de par en par, pero antes de que le diera tiempo a reaccionar, la cogió del hombro y la echó de bruces sobre la cama. La repentina violencia la cogió desprevenida. Cuando intentó darse la vuelta, la aprisionó contra la cama y se sentó a horcajadas sobre ella.
Igual que la vez anterior, físicamente hablando, ella era pan comido para él. Sus posibilidades de resistencia consistían en hacerle daño en los ojos con la uñas o con algún arma. Pero la trama que había planeado ya se había ido al traste totalmente. (Mierda), pensó Lisbeth Salander cuando él le arrancó la camiseta. Con una aterradora clarividencia, se dio cuenta de que se había metido en camisa de once varas.
Oyó como abría el cajón de la cómoda de al lado de la cama y percibió el chirrido del metal. Al principio no sabía qué estaba pasando; luego vio unas esposas cerrándose alrededor de su muñeca. El le levantó los brazos, pasó las esposas por uno de los barrotes del cabecero de la cama y le esposó la otra mano. Por ultimo le quitó las bragas y las sostuvo en la mano.
- Tienes que aprender a confiar en mí, Lisbeth. Yo te voy a enseñar cómo se juega a este juego de adultos. Cuando te pongas borde conmigo, te castigaré. Pero si eres buena conmigo, seremos amigos.
Volvió a sentarse a horcajadas sobre ella.
- Así que no te gusta el sexo anal, ¿eh?
Lisbeth Salander abrió la boca para gritar. La cogió del pelo y le metió las bragas en la boca. Luego le colocó algo en los tobillos, le separó las piernas y se las ató dejándola completamente indefensa. Le oyó moverse por el dormitorio pero era incapaz de verlo a causa de la camiseta que tapaba su cara. Pasaron varios minutos. Apenas podía respirar. Luego experimentó un terrible dolor cuando le introdujo, violentamente, un objeto en el ano.






Hasta las cuatro de la madrugada del sábado, el abogado Bjurman no la dejó vestirse. Lisbeth cogió su chupa de cuero y la mochila, y se dirigió, cojeando, hacia la salida, donde él la estaba esperando recién duchado y pulcramente vestido. Le dio un cheque de dos mil quinientas coronas.
- Te llevare a casa- dijo, y abrió la puerta.
Ella salió del piso y se volvió hacia él. Su cuerpo parecía frágil y su cara estaba hinchada a causa de las lágrimas. Al cruzar las miradas él casi dio un paso atrás; en su vida había percibido un odio tan ferviente y visceral. Lisbeth Salander daba la impresión de ser exactamente tan demente como insinuaba su historial.
- No- dijo en voz tan baja que apenas la oyó-. Puedo volver a casa sola.
Le puso la mano sobre el hombro.
- ¿Seguro?
Ella asintió. Bjurman agarró su hombro con más fuerza.
- No te olvides de lo que hemos acordado: vuelve el sábado que viene.
Lisbeth volvió a asentir. Sumisa. Él la soltó.



Lisbeth Salander pasó toda la semana en cama con dolores en el bajo vientre y hemorragias anales, así como con otras heridas menos visibles que tardarían mucho más tiempo en curarse. Esta vez había sido una experiencia totalmente distinta a la primera violación que sufrió en el despacho; ya no se trataba de coacción y humillación, sino de una brutalidad sistemática.
Se dio cuenta tarde, demasiado tarde, de que se había equivocado por completo al juzgar a Bjurman.
Lo había visto como un hombre al que le gustaba ejercer el poder y dominar a los demás, no como un sádico consumado. La había tenido esposada toda la noche. En varias ocasiones, pensó que la iba a matar; de hecho, hubo un momento en el que le hundió una almohada en la cara hasta que ella sintió cómo se le dormía todo el cuerpo. Estuvo a punto de perder el conocimiento.
No lloró.
Aparte de las lágrimas causadas por el dolor puramente físico de la violación, no derramó ni una sola lágrima.



El abogado Nils Bjurman se retorcía de dolor. Sus músculos estaban inutilizados. Su cuerpo parecía paralizado. No estaba seguro de haber perdido la consciencia, pero se hallaba desorientado y no recordaba muy bien qué le había pasado. Cuando, poco a poco, fue recuperando el control de su cuerpo, se encontró desnudo, tumbado de espaldas sobre su cama, con las muñecas esposadas y dolorosamente despatarrado. Tenia quemaduras q le escocían en las zonas donde los electrodos habían entrado en contacto con su cuerpo.




Lisbeth Salander estaba tranquilamente sentada en una silla de rejilla que había acercado a la cama, donde, con las botas puestas, descansaba los pies mientras se fumaba un cigarrillo. Cuando Bjurman intentó hablar se dio cuenta de que su boca estaba tapada con cinta aislante. Giró la cabeza. Ella había sacado los cajones y vaciado su contenido.
-He encontrado tus juguetitos- dijo Salander.
Sostenía en la mano una fusta mientras rebuscaba en la colección de consoladores, bridas y mascaras de látex que había echado al suelo.
-¿Para qué sirve esto?- dijo ella, mostrándole un enorme tapón anal-. No, no intentes hablar; digas lo que digas no te voy a entender. ¿Es esto lo que usaste conmigo la semana pasada? Basta con que asientas con la cabeza. Se inclinó hacia él, expectante.
Nils Bjurman sintió repetidamente cómo un terror frío le recorría el pecho y perdió el control. Tiró de las esposas. Ella había tomado las riendas. Imposible. No pudo hacer nada cuando Lisbeth Salander se inclinó sobre él y le colocó el tapón entre las nalgas.



-Así que te va el sado-le dijo-. Te gusta meterle cositas a la gente, ¿verdad?
Ella lo clavó con la mirada; su cara era una inexpresiva mascara.
-Sin lubricante, ¿no?
Bjurman emitió un alarido a través de la cinta aislante cuando Lisbeth Salander, brutalmente, separó sus nalgas y le metió el tapón en su sitio.
-Deja de quejarte – dijo Salander, imitando su voz-. Si te pones bravo, voy a tener que castigarte.
Se levantó y bordeó la cama. Él, indefenso, la siguió con la mirada… << ¿Qué coño va a hacer ahora?>> Desde el salón, Lisbeth Salander llevó al dormitorio un televisor de 32 pulgadas sobre ruedas. En el suelo estaba el reproductor de deuvedés. Todavía con la fusta en la mano, lo miró.
- ¿Me estás prestando toda tu atención? – preguntó. No intentes hablar: basta con que muevas la cabeza. ¿Me oyes?
Es asintió.
- Muy bien. – Se inclinó y cogió la mochila-. ¿La reconoces?
El movió la cabeza.
- Es la mochila que llevaba cuando te visité la semana pasada. Es de lo más práctico. La he tomado prestada de Milton Security.
Abrió una cremallera que había en la parte inferior.
- Esto es una cámara digital. ¿Sueles ver Insider, en TV3? Es como las mochilas que usan estos terribles reporteros cuando graban algo con cámara oculta.- Cerró la cremallera-. ¿El objetivo? ¿Te estás preguntando donde se esconde? Es el detalle más exquisito. Gran angular con fibra óptica. El ojo parece un botón y se oculta en el cierre del asa. Quizás recuerdes que coloqué la mochila aquí en la mesa antes de que empezaras a meterme mano. Me aseguré bien de que el objetivo apuntara hacia la cama.
Le mostró un disco y lo insertó en el aparato reproductor. Luego giró la silla situándola de manera que pudiera ver la pantalla del televisor y se sentó. Encendió otro cigarrillo y pulso el botón de encendido. El abogado Bjurman se vio a sí mismo abrirle la puerta a Lisbeth Salander. << ¿Ni siquiera te enseñaron las horas en el colegio?>>, saludó, irritado.
Le puso toda la película. Terminó al cabo de noventa minutos, en medio de una escena en la que el abogado Bjurman, desnudo, estaba sentado apoyado contra el cabecero de la cama, tomándose una copa de vino mientras contemplaba a Lisbeth Salander acurrucada en la cama con las manos esposadas a la espalda.
Apagó la tele y permaneció callada en la silla durante más de diez minutos sin mirarle, Bjurman ni siquiera se atrevió a moverse. Luego Lisbeth Salander se levantó y se dirigió al cuarto de baño. Cuando volvió, se sentó en la silla. Su voz resultaba tan áspera como el papel de lija.
- Cometí un error la semana pasada- dijo-. Creí que iba a tener que chapártela otra vez, lo cual, tratándose de ti, es de lo más asqueroso, pero no tanto como no ser capaz de hacerlo. Creí que conseguiría fácilmente material con la suficiente claridad para demostrar que eres un asqueroso y baboso viejo. Te juzgué mal. No había entendido lo podidamente enfermo que estas.
Te voy a hablar claramente- prosiguió-. Esta película muestra cómo violas a una retrasada mental de veinticuatro años de la que has sido nombrado administrador. Y no tienes ni idea de lo retrasada que puedo llegar a ser si hace falta. Cualquiera que vea esto descubrirá que no sólo eres un mierda sino también un loco sádico. Ésta es la segunda y la última vez, espero, que veo esta película. Bastante instructiva, ¿a que sí? Yo creo que va a ser a ti a quien van a encerrar, no a mí. ¿Estás de acuerdo?
Lisbeth esperaba. Él no reaccionaba, pero ella pudo ver que estaba temblando. Agarró la fusta y le dio un latigazo en medio de sus órganos sexuales.
-¿Estás de acuerdo?- repitió con una voz considerablemente más alta. Él asintió con la cabeza-. Muy bien. Entonces, eso ha quedado claro.


-No creo que tú y yo vayamos a ser amigos- dijo Lisbeth Salander con voz seria-. Ahora mismo estás ahí tumbado congratulándote de que sea tan estúpida como para dejarte vivir. A pesar de ser mi prisionero, sientes que controlas la situación; piensas que lo único que haré, si no te mato, es soltarte. Así albergas la esperanza de recuperar muy pronto tu poder sobre mí. ¿A que sí?
Preso, de repente, de malos presentimientos, él negó con la cabeza.
- Te voy a regalar una cosa para que te acuerdes siempre de nuestro pacto.
Le mostró una malévola sonrisa, se subió a la cama y se sentó de rodillas entre sus piernas. El abogado Bjurman no sabía lo que ella quería decir, pero sintió miedo. Acto seguido, descubrió una aguja en la mano de Lisbeth.
Movió bruscamente la cabeza de un lado a otro e intentó girar el cuerpo hasta que ella apoyó una rodilla contra su entrepierna y, a modo de advertencia, le apretó con fuerza.
- Estate quieto. Es la primera vez que uso estos instrumentos.
Trabajó concentradamente durante dos horas. Al terminar, él ya había dejado de quejarse. Más bien parecía hallarse en estado de apatía.








Lisbeth se bajó de la cama, ladeó la cabeza y contempló su obra con mirada crítica. Su talento artístico dejaba mucho que desear. Las letras estaban torcidas, lo que les daba un toque impresionista. Le había tatuado un texto de cinco líneas, con letras mayúsculas azules y rojas que le cubrían todo el estomago y le bajaban desde los pezones hasta casi alcanzar su sexo: "SOY UN SÁDICO CERDO, UN HIJO DE PUTA Y UN VIOLADOR".
Recogió las agujas y metió los cartuchos de tinta en su mochila. Luego fue al cuarto de baño y se lavó las manos. Al volver al dormitorio se dio cuenta de que se sentía considerablemente mejor.
- Buenas noches- dijo.
Antes de marcharse, abrió una de las esposas y le dejó la llave encima del estomago. Se llevó la película y el juego de llaves del piso.




Estracto de los capítulos 13-14


"Los hombres que no amaban a las mujeres"


de Stieg Larsson (1954-2004)




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