Piso 412
4.
Recordó el caluroso día en que, diecisiete años atrás, había visto por primera vez a esa mujer en las calles de Shijuku.
Últimamente, algunas de las chicas que trabajaban para los clubes de su grupo habían decidido cambiar de patrón y, en consecuencia, habían desaparecido. Según los rumores, detrás de las deserciones se ocultaba una mujer de unos treinta y cinco años que también se había dedicado a la prostitución. Irritado por la idea de que una mujer le hiciera la vida imposible, Satake dedicó tiempo y esfuerzo para tenderle una trampa, hasta que finalmente logró cazarla: una de las chicas de confianza consiguió citarla en una cafetería una tarde bochornosa y que amenazaba lluvia.
Él la observaba discretamente, esforzándose por pasar desapercibido. Vestía ropa chillona y barata: un brevísimo vestido azul sin mangas de una tela sintética que marcaba su figura y que daba calor solo con verlo, y unas sandalias blancas que dejaban al descubierto la manicura desconchada de sus uñas. Llevaba el pelo corto, y tenía un cuerpo tan flaco que por la sisa del vestido podía verse la tira de su sujetador negro. Sin embargo, sus ojos le dijeron que se encontraba ante una mujer fuerte e ingeniosa. Y fueron esos ojos los que lo descubrieron antes de entrar en la cafetería. La mujer ser perdió entre la multitud.
Satake recordaba perfectamente la expresión de aquel rostro en el momento en que lo había descubierto. Después de un destello de rabia por haber caído en su trampa, lo miró de hito en hito para demostrarle que estaba dispuesta a escapar. A pesar del peligro, osó insultarlo con esa mirada, y eso le hizo bullir la sangre. Se prometió atraparla y darle una paliza hasta matarla. En el momento de tenderle la trampa no había planeado asesinarla, sólo asustarla un poco, pero esa mirada desató una fuerza en su interior que hasta entonces había permanecido aletargada en su interior.
Mientras la perseguía por las calles, Satake se sorprendió al comprobar el creciente grado de excitación que sentía. Sabía que si echaba a correr la atraparía en cuestión de segundos, pero eso hubiera sido demasiado fácil. Decidió jugar a despistarla, permitir que se sintiera a salvo y entonces atraparla. Eso prolongaría su agonía y sería más divertido. Mientras avanzaba entre el gentío que deambulaba por las calles en ese húmedo atardecer, Satake estaba sediento de violencia. Su mano ansiaba atraparla por el pelo y arrojarla al suelo.
La mujer se sentía cada vez más acorralada. Atravesó la avenida Yasukuni y se abalanzó escaleras abajo, hacia la planta subterránea de los almacenes Isetan. Seguramente sabía que si se adentraba en Kabukicho le concedería demasiada ventaja, pero Satake conocía Shinjuku como la palma de su mano. Fingiendo perderle el rastro, se metió en un parking, atravesó a todo correr el pasaje subterráneo que cruzaba la autopista Shin Oume y salió al oro lado de la calle. En cuanto ella salió del lavabo donde se había escondido, segura de que lo había despistado, él le agarró el brazo por detrás. Aún recordaba el tacto de su piel empapada en sudor después de correr por las calles.
Sorprendida, se volvió hacia él y lo insultó con toda su rabia.
- Eres un cabrón.
Su voz era grave y áspera.
- Creías que ibas a escapar, ¿verdad?
- No me das miedo.
- Espera y verás- le dijo él poniéndole la navaja en el costado y reprimiéndose para no apuñalarla ahí mismo.
Al notar la afilada hoja a través del vestido, ella pareció entender lo que estaba pensando él y no dijo nada. Satake la llevó hasta su apartamento sin que ella opusiera resistencia. Mientras la sujetaba del brazo para que no se escapara, se dio cuenta de que se le marcaban los huesos. Su rostro era enjuto, pero sus ojos brillaban como los de un animal salvaje. Una mujer interesante, pensó Satake, e incluso podía encontrar cierto placer en la idea de que se le resistiera. Confuso por esa idea, se dio cuenta de que era la primera vez que sentía algo parecido. Hasta entonces, las mujeres no habían sido más que meros objetos de placer, de modo que las prefería hermosas y obedientes.
En cuanto llegaron al apartamento, puso el aire acondicionado a la máxima potencia, corrió las cortinas y encendió la luz. Mientras el ambiente del piso empezaba a refrescarse, Satake la abofeteó. Había deseado hacerlo desde el instante en que la vio. Mientras la golpeaba, en lugar de pedirle perdón, ella se mostró cada vez más desafiante. A ojos de Satake, esa actitud aumentaba su atractivo y le daba ganas de seguir pegándola. Finalmente, cuando su rostro no era más que una masa entumecida, la ató a la cama y, tras perder la noción del tiempo y con el zumbido del aire acondicionado como único acompañamiento, la violo una y otra vez.
Sus cuerpos estaban empapados de sangre y sudor. Las correas de cuero que le sujetaban las muñecas le seccionaron la piel ocasionando la aparición de nuevos regueros de sangre que descendían por sus brazos. Al besarle los labios, Satake percibió metálico de la sangre y cogió la navaja con la que la había amenazado en la calle.
Mientras seguía violándola y besándola en los labios, la mujer gritó. En ese instante. El odio desapareció de sus ojos y se entregó a él por completo. Satake se sintió frustrado por no poder llegar más adentro, y sólo entonces se dio cuenta de que le estaba clavando la navaja en el costado. Por sus gritos supo que había alcanzado el clímax, y se corrió sintiendo un intenso placer.
Fue un verdadero infierno. La apuñaló por todo el cuerpo e introdujo sus dedos en las heridas, consciente de la imposibilidad de adentrarse más en su cuerpo. Entonces la cogió en brazos en un ávido deseo de fundirse con ella, buscando una manera de penetrar en su cuerpo y murmurando una y otra vez que la amaba. En ese momento, unidos en una amalgama de carne y sangre, el infierno se convirtió en paraíso. Un infierno y un paraíso que sólo ellos podían entender y que nadie tenía la potestad de juzgar.
Esa experiencia le cambio la vida. La persona que había sido hasta ese momento desapareció y se convirtió en un Mitsuyoshi Satake absolutamente nuevo. Esa mujer representaba la frontera que separaba el antiguo Satake del nuevo. Nunca había imaginado que conocería a una mujer como ésa. A su parecer, ella había sido el factor con el que no había contado, aquello que no había controlado; en definitiva, su destino. Y ahora que por fin había conseguido olvidar esa mano oscura y helada que le recorría la espalda, aparecía Masako Katori invitándole de nuevo a adentrarse en el infierno y en el paraíso.
4.
Recordó el caluroso día en que, diecisiete años atrás, había visto por primera vez a esa mujer en las calles de Shijuku.
Últimamente, algunas de las chicas que trabajaban para los clubes de su grupo habían decidido cambiar de patrón y, en consecuencia, habían desaparecido. Según los rumores, detrás de las deserciones se ocultaba una mujer de unos treinta y cinco años que también se había dedicado a la prostitución. Irritado por la idea de que una mujer le hiciera la vida imposible, Satake dedicó tiempo y esfuerzo para tenderle una trampa, hasta que finalmente logró cazarla: una de las chicas de confianza consiguió citarla en una cafetería una tarde bochornosa y que amenazaba lluvia.
Él la observaba discretamente, esforzándose por pasar desapercibido. Vestía ropa chillona y barata: un brevísimo vestido azul sin mangas de una tela sintética que marcaba su figura y que daba calor solo con verlo, y unas sandalias blancas que dejaban al descubierto la manicura desconchada de sus uñas. Llevaba el pelo corto, y tenía un cuerpo tan flaco que por la sisa del vestido podía verse la tira de su sujetador negro. Sin embargo, sus ojos le dijeron que se encontraba ante una mujer fuerte e ingeniosa. Y fueron esos ojos los que lo descubrieron antes de entrar en la cafetería. La mujer ser perdió entre la multitud.
Satake recordaba perfectamente la expresión de aquel rostro en el momento en que lo había descubierto. Después de un destello de rabia por haber caído en su trampa, lo miró de hito en hito para demostrarle que estaba dispuesta a escapar. A pesar del peligro, osó insultarlo con esa mirada, y eso le hizo bullir la sangre. Se prometió atraparla y darle una paliza hasta matarla. En el momento de tenderle la trampa no había planeado asesinarla, sólo asustarla un poco, pero esa mirada desató una fuerza en su interior que hasta entonces había permanecido aletargada en su interior.
Mientras la perseguía por las calles, Satake se sorprendió al comprobar el creciente grado de excitación que sentía. Sabía que si echaba a correr la atraparía en cuestión de segundos, pero eso hubiera sido demasiado fácil. Decidió jugar a despistarla, permitir que se sintiera a salvo y entonces atraparla. Eso prolongaría su agonía y sería más divertido. Mientras avanzaba entre el gentío que deambulaba por las calles en ese húmedo atardecer, Satake estaba sediento de violencia. Su mano ansiaba atraparla por el pelo y arrojarla al suelo.
La mujer se sentía cada vez más acorralada. Atravesó la avenida Yasukuni y se abalanzó escaleras abajo, hacia la planta subterránea de los almacenes Isetan. Seguramente sabía que si se adentraba en Kabukicho le concedería demasiada ventaja, pero Satake conocía Shinjuku como la palma de su mano. Fingiendo perderle el rastro, se metió en un parking, atravesó a todo correr el pasaje subterráneo que cruzaba la autopista Shin Oume y salió al oro lado de la calle. En cuanto ella salió del lavabo donde se había escondido, segura de que lo había despistado, él le agarró el brazo por detrás. Aún recordaba el tacto de su piel empapada en sudor después de correr por las calles.
Sorprendida, se volvió hacia él y lo insultó con toda su rabia.
- Eres un cabrón.
Su voz era grave y áspera.
- Creías que ibas a escapar, ¿verdad?
- No me das miedo.
- Espera y verás- le dijo él poniéndole la navaja en el costado y reprimiéndose para no apuñalarla ahí mismo.
Al notar la afilada hoja a través del vestido, ella pareció entender lo que estaba pensando él y no dijo nada. Satake la llevó hasta su apartamento sin que ella opusiera resistencia. Mientras la sujetaba del brazo para que no se escapara, se dio cuenta de que se le marcaban los huesos. Su rostro era enjuto, pero sus ojos brillaban como los de un animal salvaje. Una mujer interesante, pensó Satake, e incluso podía encontrar cierto placer en la idea de que se le resistiera. Confuso por esa idea, se dio cuenta de que era la primera vez que sentía algo parecido. Hasta entonces, las mujeres no habían sido más que meros objetos de placer, de modo que las prefería hermosas y obedientes.
En cuanto llegaron al apartamento, puso el aire acondicionado a la máxima potencia, corrió las cortinas y encendió la luz. Mientras el ambiente del piso empezaba a refrescarse, Satake la abofeteó. Había deseado hacerlo desde el instante en que la vio. Mientras la golpeaba, en lugar de pedirle perdón, ella se mostró cada vez más desafiante. A ojos de Satake, esa actitud aumentaba su atractivo y le daba ganas de seguir pegándola. Finalmente, cuando su rostro no era más que una masa entumecida, la ató a la cama y, tras perder la noción del tiempo y con el zumbido del aire acondicionado como único acompañamiento, la violo una y otra vez.
Sus cuerpos estaban empapados de sangre y sudor. Las correas de cuero que le sujetaban las muñecas le seccionaron la piel ocasionando la aparición de nuevos regueros de sangre que descendían por sus brazos. Al besarle los labios, Satake percibió metálico de la sangre y cogió la navaja con la que la había amenazado en la calle.
Mientras seguía violándola y besándola en los labios, la mujer gritó. En ese instante. El odio desapareció de sus ojos y se entregó a él por completo. Satake se sintió frustrado por no poder llegar más adentro, y sólo entonces se dio cuenta de que le estaba clavando la navaja en el costado. Por sus gritos supo que había alcanzado el clímax, y se corrió sintiendo un intenso placer.
Fue un verdadero infierno. La apuñaló por todo el cuerpo e introdujo sus dedos en las heridas, consciente de la imposibilidad de adentrarse más en su cuerpo. Entonces la cogió en brazos en un ávido deseo de fundirse con ella, buscando una manera de penetrar en su cuerpo y murmurando una y otra vez que la amaba. En ese momento, unidos en una amalgama de carne y sangre, el infierno se convirtió en paraíso. Un infierno y un paraíso que sólo ellos podían entender y que nadie tenía la potestad de juzgar.
Esa experiencia le cambio la vida. La persona que había sido hasta ese momento desapareció y se convirtió en un Mitsuyoshi Satake absolutamente nuevo. Esa mujer representaba la frontera que separaba el antiguo Satake del nuevo. Nunca había imaginado que conocería a una mujer como ésa. A su parecer, ella había sido el factor con el que no había contado, aquello que no había controlado; en definitiva, su destino. Y ahora que por fin había conseguido olvidar esa mano oscura y helada que le recorría la espalda, aparecía Masako Katori invitándole de nuevo a adentrarse en el infierno y en el paraíso.
Natsuo Kirino (nombre de batalla de Mariko Hashioka, nacida en Kanazawa, 1951, y considerada la reina de la novela criminal de su país)
"Out"
Natsuo Kirino
Emecé, 2008
551 páginas
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