lunes, 5 de octubre de 2009

la era de la luz II















Toda expresión plástica no es más que el residuo de una experiencia. El reconocimiento de una imagen que ha sobrevivido de manera trágica a una experiencia, recordando el acontecimiento de manera más o menos clara, como las cenizas intactas de un objeto consumido por las llamas; el reconocimiento de ese objeto tan poco representativo y tan frágil, y su simple identificación por parte de un espectador que posea una experiencia personal similar, excluye toda posibilidad de codificación psicoanalítica o de asimilación a un sistema decorativo arbitrario.
Cuestiones como el mérito y la ejecución, son materia sólo para aquellos que evitan alcanzar, inclusive, los límites de esas experiencias. Esto se debe o bien a que un pintor, para intensificar la idea que desea expresar, introduce trozos de cromo en su trabajo manual, o bien a que otro, utilizando directamente la luz y la química llega a deformar el tema hasta el punto de usurparle todo parecido con el original, creando una forma nueva. La consiguiente violación del medio empleado es la garantía más perfecta de las convicciones del autor. Un cierto desprecio por el material utilizado para expresar una idea es indispensable para su más pura realización.








Cada uno de nosotros, en su timidez, no puede sobrepasar ciertos límites sin ofenderse. Es inevitable que aquél que, gracias a un secreto esfuerzo haya conseguido por si mismo ir más allá de este límite, despierte un resentimiento en aquellos que han aceptado convenciones que, una vez admitidas por todos, no requieren ninguna iniciativa en su aplicación. Y este resentimiento, por norma general, se materializa en una risa burlona insignificante, en una crítica o, incluso, en una persecución. En cualquier caso, esta aparente violación es preferible a los hábitos monstruosos tolerados por la etiqueta y el esteticismo.









Todo esfuerzo motivado por el deseo debe también apoyarse en una energía automática o inconsciente para ayudar a su realización. De esta energía, poseemos reservas ilimitadas; basta con querer examinar en nosotros mismos, eliminando todo sentimiento de vergüenza y decoro.
Al igual que el científico que, como un simple prestidigitador, manipula los numerosos fenómenos de la naturaleza y se beneficia de cada, por así llamarlo, peligro o ley; el creador, tratando con valores humanos, deja filtrar las fuerzas inconscientes matizadas por su propia personalidad, que no es más que el deseo universal del hombre, y saca a la luz intenciones e instintos reprimidos durante largo tiempo que deberían formar la base de una fraternidad de confianza.










La intensidad de este mensaje sólo puede inquietar en función al grado de libertad concertado al automatismo o al yo inconsciente. Toda sustitución de las formas adquiridas de presentación bajo una artificialidad y extrañeza aparentes, es una confirmación del libre funcionamiento de este automatismo y debe acogerse sin reserva.
Cada día nos hacen confidencias abiertamente y es tarea del ojo ejercitarse para verlas sin prejuicios ni limitaciones.


Man Ray, París, 1934
- la era de la luz I -





*Fotografías: Deviantart -Man Ray Tribute-







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