viernes, 18 de septiembre de 2009

Correspondencia I













Hotel Victoria de Domingo Reguero.
Cruz 18, 20 y 22.Madrid





Mi siempre amado (siempre, siempre), ¡tu cartita me da un rato más bueno! Contaba con ella como epilogo a los sabrosos marrons glacés del último día. He encontrado este papel, y por recordar épocas gratas para los dos, y darte a mi modo una sorpresita, en él te escribo.
De mis picardías, ¿qué quieres que te diga? Tu eres más indulgente para ellas que yo misma; tu las explicas y las perdonas, yo tengo instantes en que no las sé perdonar, aunque me las explique aquella lógica interior que nos ayuda a comprender nuestras propias acciones por mas disparatadas que sean. Lo que debe constar y no se escapa a tu inteligencia es que nada hay de humillante, para ti, en lo ocurrido. Bien te alcanza la filosofía y la razón para comprender que a nadie humilla lo que hace otro, y que solo las acciones de uno mismo honran ó avergüenzan. Máxime aquí, en que no hay ni que rendir tributo a las preocupaciones de la gente, que ignora el lazo que nos une. Si el público supiese que tu y yo...vamos, entonces aun se podría compaginar eso de las humillaciones, pero el público, gracias a tu maquiavelismo, esta hecho un papanatas, así que nada de lo malo que yo cometa refluye en desdoro tuyo. Me basta haber lastimado tu corazoncito sin que además tenga sobre mi el remordimiento de haber dado ocasión a que ningún entupido se permita reírse de ti. Gracias a Dios, eso no sucederá nunca.
Ensancho el renglón, porque este enrejado me marea, y paso adelante, miquiño.










Por lo que toca al arrastrado éxtasis de Barcelona, cree que fue una de esas cosas impensadas y casi inconscientes, que al más pintado le ocurren. Allí si que no peque contra el amor que te tuve y tengo, como aseguras tu que no pecaste contra el mío en Nápoles ni en Venecia. Claro está que dadas mis faltas no podía haber Nápoles ni Venecia para mi, o al menos que la Venecia y el Nápoles habían de ser de otro corte muy distinto; pero en el fondo, fue mi imaginación y no mi alma lo que allí te abandono o por mejor decir te hizo traición. Ante la moral oficial no tengo defensa, pero tu y yo se me figura que vamos un poco para nihilistas en eso.
En fin, tu me has perdonado, tu me has estrechado contra el corazón prodigándome nombres dulces y cariñitos inefables; aquella pasión que yo creía amortiguada se ha revelado como la pasión debe ser viva, ardiente y hasta absurda, divinamente absurda; tu absolución y mi franqueza, aunque tardía, siempre meritoria, me han reconciliado conmigo misma. Lo imposible y lo temible era que no nos viésemos, que suprimiésemos la comunicación, cuando nuestras almas se necesitan y se completan, y cuando nadie puede sustituir en ese punto a tu Porcia.
No deseo ciertamente que me hagas una infidelidad, no; pero aun concibo menos que te eches una amiga espiritual, a quien le cuentes tus argumentos de novelas.
A bien que esto es imposible; verda, mi alma, ¿que es imposible?.
Ya veo que tuerces el hocico, pensando “aquí sale el cariño eterno y santo. Reniego de él”. No es eso, fachita, no es eso. Es que estimo en ti lo que solo en ti se encuentra, sin dejar de saborear lo otro, que es mejor por ser tuyo. En prueba te abrazo fuerte, a ver si de una vez te deshago y te reduzco a polvo. En cuanto yo te coja, no queda rastro del gran hombre.








(…)

Y ¿por qué me quieres tanto, di, ratón? No lo merezco, bien lo sabes, aunque te quiero también mucho y muy hondo. ¿Qué haces? Mira que espero tus letras el sábado. No dijiste que los jueves me escribiríais. Dime en qué te ocupas. No hagas conquistas, no te vengues en eso. Lo que te amo te basta, mira que yo en un minuto te puedo dar más bienes y más alegrías que nadie; sobre todo, a mi es a quien quieres, no lo olvides. ¿Cómo andas de sueño? ¿Y de comer? Te muerdo un carrillito y te doy muchos besos por ahí, en la frente y en el pecho y en la boca. Gracias por tus bondades todas, y no me destierres al fin de ese corazón mío.









Emilia Pardo Bazan: Cartas a Galdós
(1889-1890).
Madrid, Ediciones Turner, 1975.
Edición de Carmen Bravo Villasante





No hay comentarios: