Acércate a mi corazón, alma sorda y cruel,
tigre adorado, monstruo indolente,
aún deseo hundir mis ávidos dedos
en la madeja espesa de tus fuertes cabellos;
y en los vestidos que tu olor desprenden
hundir mi cabeza entristecida,
y respirar ahí como una flor marchita
el suavísimo efluvio de mi difunto amor.
¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
en un sueño tan dulce como la muerte,
sin remordimientos iré dejando mis besos
en tu bello cuerpo pulido como el cobre.
Para enterrar mis apagados sollozos
nada iguala al abismo de tu lecho;
en tu boca vive el poderoso olvido
y en tus besos discurre el Leteo*.
Mi destino, desde ahora mi dicha,
acataré como un predestinado;
dócil mártir, réprobo inocente
cuyo fervor se aviva en el suplicio,
y beberé, para acallar mi rencor,
el nepentes* y la buena cicuta
en los idalios pezones de tu pecho
que nunca alojó corazón alguno.
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